Cuando enero fue pasto
de las llamas
Hay libros que son como
los puertos en los que sí o sí hay que parar y a los que hay que volver cada
cierto tiempo. Uno de ellos es el último libro del poeta Juan Ignacio González,
Cuando enero fue pasto de las llamas.
Al acabar de leerlo, una de las palabras que queda repitiéndose como un eco sublime
en nuestra memoria es “esperanza”. Quizá porque algunos de los poemas cantan a esa
especie de luz que es la esperanza (véase, por ejemplo, “Cuando enero fue pasto
de las llamas”: “Crees en ella y te salva, te salva para siempre / de todo lo
vivido en estos años, / de todos los recuerdos de la infamia”). En forma de
monólogo, en “La certeza del día”, “Pisadas en la niebla” y en otros poemas, el
poeta toca temas como el paso del tiempo (y el pasado que requema su memoria:
“Yo viví atado aquí, en la dura costumbre / de ser fiel al silencio”), la
infancia, el entorno familiar, la muerte, el amor, etc. Este libro narra la
historia de una vida, la vida de Juan Ignacio González, cuyo refugio siempre
fue la poesía.
Manual
de instrucciones para iniciar el día
No dejar que las
sombras atenacen la almohada.
Abrir las manos para
sentir hambre
de noches de aguaceros
y besos ateridos.
Dejar que quede escrito
en la pared del tiempo
todo el amor del mundo.
Permitir que otras
manos invadan las estancias
de tu cuartel de
invierno.
No posponer el gozo.
Cerrar la puerta a
todas
las calas del olvido.
Hacer que sea propicio
el cuerpo a los deseos,
que no hallen un
resquicio de piel sin habitar,
donde quiera que vayas.