He visto En un mundo mejor, un film de Susanne Bier, una gran película dramática, Oscar a la mejor película extranjera. Una película moralizante y apasionante. En una escena, unos de los personajes Christian recita junto el ataúd de su madre unos versos que ella le solía leer antes de que se durmiera. El poema dice así:
La muerte le dejó ir a cambio de una canción.
El ruiseñor cantaba.
Cantó en el jardín de la Iglesia
donde las rosas blancas,
donde las flores perfuman el aire,
donde la hierba siempre es verde,
humedecida por las lágrimas de los vivos.
La muerte ansiaba ir al jardín.
Una niebla fría y gris
penetró por la ventana
al irse la muerte.
Gracias, gracias –dijo el emperador.
Pajarito del cielo,
hace tiempo que te conozco.
Antaño te desterré.
Y sin embargo has alejado
al rostro malévolo de mi lado
y a la muerte
de mi corazón.
¿Cómo puedo pagártelo?
Ya me has recompensado – dijo el ruiseñor.
Tus ojos se llenaron de lágrimas
cuando canté por ti.
Para el corazón de un cantante
son más preciosas
que cualquier piedra preciosa.
Duerme ahora
y hazte fuerte mientras canto.
Y siguió cantando hasta
que el emperador se sumió en un dulce
y reparador sueño.
Una película sobre la necesidad y la inutilidad de la violencia para cambiar el mundo, sobre la muerte, el amor y la amistad. No somos los mismos después de haberla visto. ¡Y qué buena idea reproducir aquí el poema! Recuerdo esa escena: la cabeza del niño, visto de espalda, el rostro del padre a cuyos ojos asoman las lágrimas; la voz firme, sin un titubeo, que ya anuncia la firmeza de su carácter. Gracias por permitirnos escucharlo de nuevo.
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