viernes, 14 de junio de 2013

Elvio Romero, poeta paraguayo

             
Cuando hablamos de poesía paraguaya, lo primero que nos viene a la mente es el nombre de Elvio Romero. Quizá el poeta más conocido fuera del Paraguay.
Elvio Romero nació en Yegros el año 1926. Las mañanas de su niñez las pasaba feliz, con un bigote de espuma de leche en su sonrisa, de leche recién ordeñada por su madre. En las siestas solía recorrer los campos, con una hondita en la mano, buscando algún nido de tórtola. Por las noches se reunía con otros niños para contar historias del pombero y jasy jateré. Ya de niño, cuando apenas sabía leer, se aprendió de memoria algunos poemas de Rubén Darío, Amado Nervo,... Eran poemas que venían en los periódicos dominicales y que su madre recortaba para luego pegarlos en un cuaderno. Elvio recitaba los poemas mientras acompañaba a su padre en el trabajo. Su padre era un santero, tallaba imágenes de santos en madera. Su padre era también dueño de un tiovivo. Podemos decir de Elvio que su madre le hizo poeta.
Elvio Romero, que siendo aún niño sintió el aliento de la Guerra del Chaco y vivió en carne y hueso la Guerra Civil paraguaya, allá por el año 47 y tras aquella revuelta, sediento de libertad cruzó el Chaco en plena canícula, a pasos apresurados, camino del exilio, en tierras argentinas. Un exilio que iba a durar muchos años. Él aún no sabía que su destino era ser un caballero andante, un caballero «contra la vida quieta», como diría Rafael Alberti en un poema que le dedicó. Alberti le ayudó para publicar su primer libro, Días roturados (1948). Aún no sabía que su destino, era el de ser un gran poeta paraguayo. A su primer libro le seguirían otros como Resoles áridos (1950), Despiertan las fogatas (1953), De cara al corazón (1961), Los innombrables (1970), entre otros.
Elvio Romero conoce al poeta revolucionario Julio Correa, quien le dice que tiene un gran talento y le anima a seguir escribiendo.
Elvio lee a Rafael Barret, cuyo anarquismo humanitario le es toda una revelación. De Barrett aprende a observar la sociedad que le rodea con reflexión crítica. Sabe lo que quiere, se instruye, porque está llamado a ser la voz más representativa de la lírica paraguaya.
Elvio ya de niño amaba la libertad, por eso quería ser como los carreteros que conducen holgadamente las carretas, cuyas enormes ruedas van girando perezosamente.
Luego descubrirá los poemas de Miguel Hernández, poeta a quien veneraba mucho y sobre quien escribiría un ensayo biográfico, Miguel Hernández. Destino y poesía.
En la carrera de Elvio Romero fueron decisivos los poemas que su madre recortó y que él leyó, porque lo importante en la vida es lo que descubrimos en nuestra infancia, eso nos marca. Pero también fue fundamental el destierro, que le ofreció una perspectiva distinta de su país. Sin el exilio no hubiese conocido a Rafael Alberti, a Nicolás Guillén y a otros poetas, por tanto no publicaría o no tendría el éxito que tuvo su primer libro de poemas, un libro que le bastó para hacerse un sitio en la literatura hispanoamericana.
En el año 1991 le concedieron el primer Premio Nacional de literatura paraguaya. Un galardón, sin lugar a dudas, muy merecido. Murió en Buenos Aires el 19 de mayo del 2004, año que en todos los diplomas que expedía el MEC ponía: «Homenaje al poeta Elvio Romero.»

Tierra

Aquí te he visto, tierra,
vuelta furor, solar magulladura,
hoyo mortal, fogata mortecina,
lívida ojera,
pozo embravecido!

Para ser planta tuya,
grano en tu surco o llama en tus tizones,
habrá que andar con ojos desvelados,
hacer temblar los quicios de la sangre,
desollar con las uñas temporales,
vestirse de estridencia,
cazar rayos.

Solo por merecerte:
esplendorosa médula del fuego,
cuerpo inflamado,
diapasón de un trueno!
                       
                        (Despiertan las fogatas, 1953)


Un relámpago herido

Fue un relámpago herido, fue un serrano
relámpago en la piel esa corriente
de rumor imantado y sonriente
fertilizada al roce de la mano.

Fuera un error desatenderlo, un vano
tesón no asir esa atadura ardiente,
como si fuese a rechazar de frente
su propio ardor la tierra en el verano.

Fuera en vano evitarlo; quedaría
sobre toda la piel la tostadura
de una llaga solar jamás curada.

No tuviese la mano esa alegría
de germen y de afán de sembradura
con que la tuya la dejó quemada.

(Un relámpago herido, 1967)


2 comentarios:

  1. La mejor manera de hacer patris: difundir poesía.

    JLGM

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  2. Quería decir: "la mejor manera de hacer patria".
    Excelente presentación y excelentes poemas.

    JLGM

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