La
poesía del colombiano José Manuel Arango (El Carmen de Viboral, 1937 –
Medellín, 2002) carece casi de sonoridad, de bullicio, y, sin embargo, el
silencio que sugieren sus versos nos llega a medida que vamos leyéndolos y
crece en nosotros y se enraíza y nos atrapa. Una poesía nítida, limpia y con
una profundidad que en cada verso nos lleva a reflexionar sobre los temas que
va tocando, que no son muchos, pero a los que vuelve casi siempre.
Todo
eso es lo que sugieren los poemas de la antología La sien en el puño, con la que la editorial Eolas estrena la
“Colección Anfitriones”, dedicada a la poesía de autores hispanoamericanos y de
otras lenguas que hasta el momento no han llegado suficientemente a los
lectores españoles.
José
Manuel Arango encabeza esta colección, aunque en España, su poesía ya había
llegado para quedarse, desde que en el 2002 la editorial Palimpsesto diera a
conocer La sombra de la mano en el muro,
y en el 2009 apareciera su Poesía
completa en Sibila.
La sien en el puño
es una muestra más de la importancia que está tomando la poesía del poeta
colombiano. El prólogo de José María Castrillón nos guía por los versos de José
Manuel Arango, que en su aparente sencillez guardan unas referencias temáticas,
culturales, que nos llevan a una tradición poética y mitológica que a simple
vista pueden pasar desapercibida.
Recoge
esta antología algunos poemas de Este
lugar de la noche (1973), donde destaca el término “noche”, escenario que
sirve como unión entre los ancestral y lo actual: “vagó toda la noche por
calles desiertas / maldiciendo // alguien lo llamó por un nombre que no era el
suyo / pero sabía que era a él a quien llamaban”. Sus versos ilustran lo ritual
de una cultura, pero también lo enigmático y lo universal. También lo ancestral
aparece en los poemas de Signos (1978),
donde el tema erótico es el núcleo: “sus pechos crecen en mis palmas // crece
su respiración / en mi cuello // bajo mi cuerpo crece / incontenible / su
cuerpo”.
No
solo los temas pueden llamarnos la atención en la poesía de José Manuel Arango,
también el juego con los colores puede transmitirnos sensaciones de un mundo
antiguo, pero al mismo tiempo nos habla de un paisaje urbano actual, violento y
salvaje a la vez. Otro aspecto destacable es el impulso de los sentidos, su
importancia para comprender la realidad de la que habla: “Oler es el primer
acto del amor”. Unida a cada sentido está la palabra, la precisa palabra. El
poeta no abusa de ella. Utiliza solo las necesarias y con pocas le basta para
expresar el mundo que quiere.
En
Cantiga (1987), la vida y la muerte
son caras de la misma moneda: “ver el rectángulo de la tumba / reciente //
—allí la hierba / es de un verde más oscuro más vivo— // y a la niña albina /
que salta sobre ella jugando”. En algunos poemas de Montaña (1995), la muerte
aparece como una perseguidora, una “mirona”, que vigila, que sigue al poeta. Hay
un juego entre los dos. Se dibuja el juego del gato y el ratón (véase los
poemas “Presencia” y “Página en blanco”). Por eso la muerte no aparece como
algo trágico ni funesto, sino como una etapa más en la vida, un peldaño más,
quizá el último, de la realidad que contempla el poeta.
Su
expresión, con su apariencia sencilla, contenida, se adelgaza al máximo para
poder penetrar, como una aguja de cirujano, más fácilmente en nuestra
conciencia y tocarnos en donde más nos emociona, en la inteligencia.
[Reseña publicada en la revista Clarín, nº 133]
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