domingo, 4 de marzo de 2018

La poesía que piensa



La poesía del colombiano José Manuel Arango (El Carmen de Viboral, 1937 – Medellín, 2002) carece casi de sonoridad, de bullicio, y, sin embargo, el silencio que sugieren sus versos nos llega a medida que vamos leyéndolos y crece en nosotros y se enraíza y nos atrapa. Una poesía nítida, limpia y con una profundidad que en cada verso nos lleva a reflexionar sobre los temas que va tocando, que no son muchos, pero a los que vuelve casi siempre.
Todo eso es lo que sugieren los poemas de la antología La sien en el puño, con la que la editorial Eolas estrena la “Colección Anfitriones”, dedicada a la poesía de autores hispanoamericanos y de otras lenguas que hasta el momento no han llegado suficientemente a los lectores españoles.
José Manuel Arango encabeza esta colección, aunque en España, su poesía ya había llegado para quedarse, desde que en el 2002 la editorial Palimpsesto diera a conocer La sombra de la mano en el muro, y en el 2009 apareciera su Poesía completa en Sibila.
La sien en el puño es una muestra más de la importancia que está tomando la poesía del poeta colombiano. El prólogo de José María Castrillón nos guía por los versos de José Manuel Arango, que en su aparente sencillez guardan unas referencias temáticas, culturales, que nos llevan a una tradición poética y mitológica que a simple vista pueden pasar desapercibida.
Recoge esta antología algunos poemas de Este lugar de la noche (1973), donde destaca el término “noche”, escenario que sirve como unión entre los ancestral y lo actual: “vagó toda la noche por calles desiertas / maldiciendo // alguien lo llamó por un nombre que no era el suyo / pero sabía que era a él a quien llamaban”. Sus versos ilustran lo ritual de una cultura, pero también lo enigmático y lo universal. También lo ancestral aparece en los poemas de Signos (1978), donde el tema erótico es el núcleo: “sus pechos crecen en mis palmas // crece su respiración / en mi cuello // bajo mi cuerpo crece / incontenible / su cuerpo”.
No solo los temas pueden llamarnos la atención en la poesía de José Manuel Arango, también el juego con los colores puede transmitirnos sensaciones de un mundo antiguo, pero al mismo tiempo nos habla de un paisaje urbano actual, violento y salvaje a la vez. Otro aspecto destacable es el impulso de los sentidos, su importancia para comprender la realidad de la que habla: “Oler es el primer acto del amor”. Unida a cada sentido está la palabra, la precisa palabra. El poeta no abusa de ella. Utiliza solo las necesarias y con pocas le basta para expresar el mundo que quiere.
En Cantiga (1987), la vida y la muerte son caras de la misma moneda: “ver el rectángulo de la tumba / reciente // —allí la hierba / es de un verde más oscuro más vivo— // y a la niña albina / que salta sobre ella jugando”. En algunos poemas de Montaña (1995), la muerte aparece como una perseguidora, una “mirona”, que vigila, que sigue al poeta. Hay un juego entre los dos. Se dibuja el juego del gato y el ratón (véase los poemas “Presencia” y “Página en blanco”). Por eso la muerte no aparece como algo trágico ni funesto, sino como una etapa más en la vida, un peldaño más, quizá el último, de la realidad que contempla el poeta. 
Su expresión, con su apariencia sencilla, contenida, se adelgaza al máximo para poder penetrar, como una aguja de cirujano, más fácilmente en nuestra conciencia y tocarnos en donde más nos emociona, en la inteligencia.
[Reseña publicada en la revista Clarín, nº 133]

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