martes, 6 de diciembre de 2011

Cuando todo se acabe


Pero es bello amar al mundo
con los ojos
de los que no han nacido
todavía.

Otto René Castillo



Hoy me encuentro donde nunca he pensado estar,
donde tal vez no vuelva estar .
He visitado la tierra como cualquier otro turista
y lo he convertido en algo desechable
y cada día se vuelve solo pasado.
Me encuentro en Grado en la calle Asturias,
esperando que alguien venga a recoger mis huesos.
Y miro el cielo nublado y cóncavo
y miro al hombre que camina despejado y perfecto,
miro los perros que sonríen, me miro a mí mismo,
en los escaparates, donde mis sueños son intocables.
¿Dónde me buscaré? ¿Dónde me encontraré
si desconozco mi parada futura?
Y vuelvo a indagar, cierro mis ojos
y lo único que veo son mujeres rodeadas de satélites.
Veo lo que quiero ver.
Veo la tierra que no evapora su llanto,
veo al viejo sol, arañando con sus uñas la tarde
y las olas enrollarse en la ribera.
Veo al peón sudoroso empujando la carretilla.
Si vuelvo a nacer quisiera ser yo otra vez, el mismo después de tantos años.
¿Dónde estaré? ¿y qué otro animal seré,
qué rostro me pondrá el tiempo?
Una niña pasa escuchando con el auricular
la música de su corazón,
una anciana me sonríe, desde el banco observa a todos,
y Orfeo, después de despedazado por las ménades,
su cabeza flotando sigue cantando por el Nalón,
el primer río asturiano que vi, deslizándose bajo mis ojos.
¿Quién pondrá en su sitio los coches cuanto todo se acabe?
¿Quién conducirá los edificios grises, fríos, sin espíritus ya?
¿Quién recogerá la basura de las calles? ¿Otra vez el viento?
¿Quién regará el jardín, quien esperará a los niños
a la salida de la escuela cuando todo se acabe?
¿Quién recogerá las leñas? ¿Otra vez el viento?

Nadie, nadie; suena escalofriante.
Los periódicos ya no nos mostrarán las noticias,
las veremos en vivo, en nuestra frente
porque somos los protagonistas
de este apocalipsis a largo plazo.
Los poetas ya no crearán a los dioses,
ya sus gritos no serán escuchados.

El mundo en que estoy
a su jinete lo va a tirar,
más allá de la valla que separe
el renacer del silencio eterno.

Pero hay una esperanza en unos ojos –dice mi alma.
Esa mirada que me borra y los labios que me fuman
parecen ser que conocen mi existir,
conocen las hebras y lo que piensan mis dedos,
me sueñan, en las caricias me van formando.

Alguien llama a la puerta. Será el destino o la soledad
o podría ser el amor que hace mucho
que no visita estos sitios inhóspitos.
La calle Asturias, lugar de este momento
donde mis ganas de seguir se disuelven como el azúcar en el instante.
Me desvanezco, mi cuerpo me espera en el asiento del coche,
espera que alguien venga a recoger mis huesos.
De repente abro mis ojos y veo todo.
Cada paso, cada gesto que hace la vida cambia.
Cuando algún día, cuando todo se acabe,
cuando el ser humano se derrumbe solo
y deje de llamarse “ser”,
volverán los árboles, volverán los ríos azules
donde cautivado quedó el primer hombre
al mostrarle el fulgor del rayo su rostro,
donde se golpeó tantas veces el pecho
de donde le brotaron las frutas venenosas,
el orgullo, la arrogancia y todo lo que encadena su fin.

Volverán las raíces antes de evolucionar a secuoyas,
volverán a invadir los desiertos.
Los planetas volverán a bailar en corros
como hacen los indios alrededor de la gran fogata,
serán todos como la tierra
volverán a ser todas tierras
y no habrá más extraños indagando
en su útero verde con manos sucias
y no habrá contaminación manchando su piel verde añil.

Algún día, cuando el motor de los coches deje de rugir
y alguien venga a apagar la luz,
volverán los sueños que abandonaron mis trémulos ojos.

Y yo seguiré cantando al arco iris,
recogiendo en mi cántaro
el sonido del aire, la luz de la cigarra colorada
que vuelve del estero convertida en mariposa.
Guardaré el baile del halcón, la mirada del perro bajo la mesa.
Y allí seguiré con el escudo del sol
calcinando mis huesos hasta el final del tiempo
que me ha sido concedido.

 
C.D.

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