miércoles, 29 de diciembre de 2010

Nunca dejes de creer que eres importante


Nunca te dejes vencer por la tristeza, nunca dejes de creer que eres importante. Por más que el mundo te dé la espalda y te oculte sus bendiciones los fines de semana, pues el mundo es así, a veces te saluda con risa otras veces con rostro de pena, lo importante es que sigas cultivando tus sueños positivamente, recuerda que cada amanecer es una oportunidad que aprovechar, de mejorar de superarse, de hacer cosas que te guste y no te guste, claro, las cosas que nos hacen crecer mayormente no nos gusta, como trabajar o comer verduras, leer o estudiar, pero recuerda que esas cosas son las escaleras que nos ayudan a subir por la montaña de la vida.
Observa al sol, él siempre brilla aunque a veces la tierra le esconde la cara, pero sigue ahí tenazmente. Nunca dejes de creer que puedes hacer algo, aunque a veces tengas las manos vacías, no te rindas y has algo de la nada pues la falta de algo despierta a alguien en ti que es el genio -¡lo decía Henrry Ford y  hoy te lo digo yo Cristian!- como una luz que nace de la nada, conecta tus pensamientos con la realidad, comparte tus ideas con gentes que puedan darte su apoyo. Además es una forma de conocerse así mismo.
Nunca dejes de creer que eres importante, tú me haces feliz, con el solo hecho
de saber que existes y más aún estas a mi lado. Tú me salvas la vida cada minuto  que compartes conmigo. Nunca dejes de creer que puedes, Dios te diría eso. Nunca dejes de creer en Dios que te da el logos para salir adelante, úsala para cultivar tu vida llena de buenas enseñanzas, para una familia unida, los mejores individuos hacen al mejor país, mejora para bien y tal vez mejore tambien el mundo ¡Nunca dejes  creer que eres importante! Siempre hay alguien que piensa en ti.

C.D.

martes, 28 de diciembre de 2010

Mimador de Cuerdas


Antonio Vega
No pudo ser el azul que amó
ni la chica de ayer que conquistó
lo que le hacía desbordar,
temblar
sino tú;
poesía estelar.

Se dejó llevar
 hasta ser esencia de su voz
que entraba por su alma.
Pero el humo estaba también buscándolo.
No hizo caso de él
pero al final pudo
con su siete vidas.
Siguió cantando
igual que jilguero
acariciando pelos vivió
mimador de cuerdas se lo llamó.

C.D.

UN HOMBRE CON SUERTE

Un don contagioso



De izquierda a derecha, Rodrigo Olay, Cristian David López y José Ángel Gayol.
Foto: lnes.es
 

            La de Cristian David López (Lambaré, Paraguay, 1987) es la historia de un joven con suerte, la de quien tiene suerte porque cree tenerla y sabe que no hay fortuna mayor que pensarse afortunado. Cristian David López, que quiere fundar en su poblado natal una biblioteca de miles de libros, pero tras haberlos leído todos, es a su vez el protagonista de un libro maravilloso: su propia vida. Pocas veces será más cierto aquello que Galdós escribiera en Fortunata y Jacinta y que Andrés Trapiello eligiera como lema de su Salón de pasos perdidos: “todo hombre lleva consigo su novela”. La novela de Cristian es un descubrimiento y muchos viajes por los mares y las páginas, viajes que ha emprendido ligero de equipaje pero siempre bien acompañado porque nunca ha faltado un libro en su maleta.
            Cristian David López nació en un remoto rincón del Paraguay. A los cuatro años pasó a educarse en una comunidad religiosa, “Pueblo de dios”, que pretende continuar las formas de vida del cristianismo primitivo. Allí, dedicando las horas libres de estudio al trabajo de la tierra, a la oración en común, y serenamente apartado de la civilización y del “mundanal ruïdo”, hizo valer Cristian, como ni el propio Fray Luis se hubiera imaginado, aquellos versos del salmantino que fueron escritos paradójicamente, según la leyenda, en la pared de la celda en que pasara cinco largos años: “Dichoso el humilde estado / del sabio que se retira / de aqueste mundo malvado / y con pobres mesa y casa / en el campo deleitoso / con sólo Dios se compasa”. Pero en aquel lugar, sin embargo, no había apenas libros. Y Cristian intentó fundar una biblioteca. Escribió una petición, recogió firmas, y después emprendió un trabajoso viaje hasta la capital, donde solicitó ayuda allá donde creyó que pudieran dársela. Nadie respondió. Pero un año más tarde, una noche de terrible tormenta en la que su poblado se hallaba anegado por aguas oscuras, sonó milagrosamente el móvil. La embajada de los Estados Unidos donaba a Cristian y sus compañeros libros por valor de tres mil dólares. Y así llegaron al poblado nuevos inquilinos que muy rápido empezó a tratar Cristian como a miembros de su propia familia: Poe, Withman, Shakespeare, Twain y un largo y mágico etcétera. Cuando acabó el bachillerato, empezó Contabilidad, pero hubo de abandonar sus estudios universitarios. Emigró entonces a Buenas Aires, donde vivió un año, y quedó maravillado por las fabulosas librerías de Corrientes. Vino después, pero eso ya lo sabemos, a España.
            Desde siempre ha admirado Cristian a los escritores, y desde siempre ha querido él convertirse en uno de ellos. Y aquí está el fruto, la prueba. En cuanto estuvo en su mano, hizo cuanto fue posible para publicar un libro; él, que los ama más que nadie y que los ha leído todos, que ignora la palabra aburrimiento, que salta de Goethe a Celaya, de Mann a Neruda, de Conan Doyle a Lorca, y así sin parar; él, que quiere seguir fundando bibliotecas, que abrirá dentro de poco en su poblado la que él mismo ha bautizado como “La casa de las palabras” en su poblado; él, que cree más que nadie que las librerías son sucursales del paraíso.
Poemas del exilio es el hijo deseado de una pasión, de un enamoramiento feliz e impetuoso. Aunque Cristian sabe, porque también lo ha leído, que, como apuntaba Valente, la condición del poeta es el exilio y que solo desde el extrañamiento y desde la lejanía podemos observar la realidad, nada más ajeno a la acritud o la oscuridad que Poemas del exilio. El libro es una fiesta, una apuesta decidida por la luz, una afirmación del optimismo y la bondad. Mucho nos pueden enseñar estos jóvenes versos joviales. En uno de los poemas, a una lombriz la alegra pensar que el sol exista aunque ella no pueda verlo; en otro, un hombre que debe levantarse para trabajar cuando aún es de noche se felicita, en un verso que sabe al mejor Miguel Hernández, porque puede “madrugar los caminos del labriego”, porque le es dado ver amanecer; en otro más, dedica a las manos de su madre, esas capaces de “coser sueños”, un emocionante y emocionado recuerdo. Y es que ha aprendido Cristian David López la lección de la Premio Nobel Wislawa Szymborska, autora de una poesía de engañosa sencillez, limpia, acogedora, en que late la profunda decisión de la felicidad. Pueden entonces relacionarse estos Poemas del exilio con una cierta tendencia de la poesía española contemporánea, abanderada por los poetas del grupo Númenor, Miguel d´Ors a la cabeza, cuyos más descollantes miembros, autores jóvenes de gran interés y valía, serían Enrique y Jaime García Máiquez, Jesús Beades, Rocío Arana o Alejandro Martín Navarro. Apuestan estos autores por una poesía de elaborada y delicada factura fundada en un aquilatado conocimiento de la tradición, por una poesía inteligible, acogedora, que aborde los temas de siempre con frescura y sabiduría y que se imbuye de una dulce religiosidad, de una afirmación luminosa de la fe y de fe en el mundo, la misma fe que encontramos en estos Poemas del exilio.
El gran lector que es Cristian sabe como ninguno que los poemas más nuestros los han escrito siempre otros poetas. Quiero traer aquí unos versos de uno de los autores que acabo de citar, Enrique García Máiquez, incluidos en su último libro, Con el tiempo, porque creo que dan la medida exacta y el tono del libro de Cristian, de su capacidad para cobijarnos de la tormenta y devolvernos a la vida reconfortados y alegres por querer y saber ver la luz incluso entre sombras:

La higuera estéril

Aquella higuera que por no dar frutos
maldijo Jesucristo
sin pararse a esperar, sacrificándola
a una enseñanza dura para todos,
dio la leña más seca: las mejores
fogatas del invierno se encendieron
con sus resecos troncos y a su arrimo
se juntaron extraños, se bebía,
se inflamaba el amor de los esposos,
y los niños (ceñidos por su luz
con una túnica que Salomón
en todo su esplendor jamás vistiera)
reían sin motivo. Alguna viga
también salió de aquella higuera inútil
y sostuvo una casa. Y hecha barco
hubo una tabla que llegó hasta Tarsis
empapada de sal y de aventura.
Aquella higuera pobre, sólo sombra
y polvo, recibió una maldición
y en ese mismo instante fue bendita.
Cuántos frutos la higuera. Siempre es tiempo.

Sin embargo, también hay hueco en Poemas del exilio para la nostalgia, para los versos que se ocupan de la sinrazón cotidiana, del paso incómodo del tiempo, del amor amargo a veces pese a las “lentas caricias”, de lo difícil que es partir de casa sin saber, igual que Ulises, si algún día habrá un regreso (Paraguay y la lengua perdida, el guaraní, se recuerdan encendidamente en estos Poemas del exilio). Pero siempre encuentra espacio Cristian, sabiamente, para recordarnos, como él dice, que “la hormiga / sube la montaña silenciosa / tras una miga / de esperanza”.
Y es que Cristian cree con Borges, también por haberlo leído, que la belleza es común y nos rodea, aunque eso no la hace ni mucho menos vulgar. La belleza nos tiene sitiados silenciosamente, tanto que lo olvidamos y la olvidamos, pero ahí está Cristian para recordarnos con su voz cálida y “sencilla como mayo amarillo” cuántos motivos tenemos para la dicha. Además, porque él las quiere más que a nada, las musas quieren a Cristian, y así está él siempre con un nuevo poema en la recámara, con renovadas e inacabables ganas de decir y cantar, y leer y escuchar y compartir lecturas. Porque Cristian, él mismo, es un don contagioso. Tiene la vehemente capacidad de mirar todo con ojos asombrados y además, o quizá por ello, resulta infatigable. Construirá tantas bibliotecas como quiera y llevará su alegría tan lejos como se proponga.
De momento, su recién inaugurada biblioteca personal y toda su alegría están ya en este libro, “dorado como un rayo de sol”.                   
                             
Rodrigo Olay
Diciembre, 2010

sábado, 25 de diciembre de 2010

EL MENSAJE DEL PRESIDENTE PARAGUAYO FERNANDO LUGO

Se acerca la hora de los tiempos de la cristiandad.
En la próspera residencia o en la más humilde capuera campesina el olor a la flor de coco dialoga con nuestros sentidos y nos recuerda, desde la simpleza más rotunda, que este niño que está naciendo promoverá el amor como el más sublime gesto de aproximación a Dios y a nuestros hermanos.
Fuera cual fuera la fe que profesamos es imposible no sensibilizarse con estas navidades que aún cuando aparezcan muy revestidas de mercantilismo en algunos casos, tiene bajo ese superficial barniz, el eco profundo, substancial y trascendente de la humanidad, la solidaridad y la esperanza, que se transmite para todos los tiempos - miren que detalle - no desde el trono poderoso de un reinado incólume o desde el despacho influyente de una superpotencia, sino desde la cuna más humilde, del establo más pobre, de la aldea más pequeña...
Mi mensaje este año, tiene que ver con la vida. Con que sepamos compartir como mandatarios o como mandantes, como empresarios o como agricultores, como policías o como estudiantes, como hermanos y hermanas, que el valor de la vida no es solamente NUESTRA VIDA sino aquella que vive en la existencia del otro".
El día que pudiéramos desentrañar el mensaje de esa miradita linda que nos observa en los niños en condición de calle, el día que aprendiéramos a leer el destino de las manos callosas del campesino sin tierra, el día en que podamos apropiarnos del mensaje de nuestros luchadores y poetas; ese día empezaremos a construir la sociedad más justa que ya no puede esperar.
Sueño con un pan grande que alcance a todos los Paraguayos y Paraguayas, un pan que tenga la medida de todos los sueños, un pan que ya no deje a nadie...sin pan.
Es lento el camino, pero aún los pesimistas saben que estamos avanzando en las condiciones sociales y económicas que permitan mejores navidades. Todavía nos falta agregar a la navidad de una gran macroeconomía, el año nuevo de la Justicia Social... lo vamos a lograr.
Y gracias a Dios por la salud del más humilde de sus hijos, Fernando, que su misericordia siga reparando al que sufre la ausencia de salud y el agobio del dolor...
Hermanos y hermanas... la alegría es un derecho humano. Vamos unirnos a Jesucito que nace y dibujemos esa sonrisa grande que nos merecemos todos ...
¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!!

jueves, 23 de diciembre de 2010

martes, 21 de diciembre de 2010

El Perroladrón

Llegaron a Asturias hace un año aproximadamente. Vinieron desde Paraguay  para trabajar. Entraron ilegalmente, como tantos otros y permanecieron luchando, comiendo de los pocos que ganaban. Eran Luis y María. Alquilaron para vivir una habitación en uno de esos edificios antiguos al fondo de la calle Argañosa, y tenían una sola ventana que  daba al patio que olía a humedad podrida, donde tampoco entraba el sol. Y a María esa vida le entristecía porque por las mañanas se acostumbraba abrir las ventanas para ver la luz solar y ventilar su hogar, pero ese lugar no tenía nada de hogar. Luis se iba a las cinco y llegaba a casa a las diez de la noche en pedacitos, destrozado por su trabajo. Le pagaban veinte euros al día por hacer de ayudante de cocinero en uno de los restaurantes del centro.
Un día la dueña de la casa les pidió la llave del cuarto, porque vendría un técnico a conectar el cable de la televisión, cuya caja estaba justamente donde dormían ellos.
Luis tenía sus ahorros guardados en uno de los cajones del ropero, a la cual no quería que se acercara nadie sin su supervisión. Miraba celosamente aquel cajón.
Desconfiaba de todos los que vivía en la casa, por eso sacó esa misma noche el sobre del cajón donde estaba el dinero, pensaba llevarlo y tenerlo con él todo el día, hasta que le devolvieran las llaves de la habitación. Y así lo hizo.
Por la mañana temprano, cuando se le levantó, lo primero que hizo fue guardar el dinero en la mochila donde llevaba las ropas de su trabajo. Pero cosas del destino y de la mala suerte. Justo ese día -- ¡porque no pudo ser otro día! -- a un hombre se le ocurra salir a robar y  justo se le ocurra hacerlo  a Luis. Es como si el ladrón fuera como un perro que huele la comida que hay en un bolso. Y en verdad ese malviviente sabía cuándo una persona llevaba dinero encima, miraba uno a uno a las personas que se cruzaba en el metro, en las calles, en las puertas de los bancos y de los supermercados, los estudiaba minuciosamente observando sus actitudes. Este ladrón casi nunca se equivocaba de víctimas, siempre sabía a quién atacar, lo intuía; pues llevaba un don malvado regalo del mismo Satanás. Y ese día a Luis que caminaba cabizbajo y mirando de reojo a su alrededor, le pilló.
El ladrón le siguió por todo el camino que conducía a su trabajo y en un rincón casi desierto de la ciudad apresuró sus pasos y se acercó a Luis acorralándole en una calle y apuntándolo con una pistola. Los ojos del ladrón brillaban como un diamante negro, ni siquiera parpadeaban, tal vez porque estaba poseído. Luis se quedó helado, solo su corazón sentía que era como una mosca atrapada en una bolsa queriendo escapar, pensaba:  “Podría haber hecho mejor, podría haberlo dejado en el cajón, por primera vez en mi vida esta mochila desgastada me interesa, en ella están mis meses  de lucha, en este país que no es mi país”.
     ¡Maldita sea! –se quejó.
Le sudaba el cuerpo y el alma, mientras el ladrón le tiraba del bolso,  gruñendo como  un perro, queriendo arrancárselo.
-- ¡Suelta el puto bolso! – gritaba el ladrón.
Luis meditaba, no lo quería soltar.
-- ¡Dentro está mi ahorro!
De pronto se oyó un trueno; un disparo y las palomas que comían alrededor volaron dispersándose en el aire. Luis había soltado el bolso y en un instante empezó a ver pequeñas estrellas que bailaban a su alrededor.
-- Podría haber hecho mejor, podría haberlo dejado en el cajón –pensó.
Un silencio se posó en la calle, y unos perros rodearon el cuerpo lamiendo su sangre.
El ladrón-perro huyó en los callejones oscuros de la ciudad, desapareció con las palomas. Y el técnico que iba a venir ese día a instalar el cable, nunca vino. María que estaba en su trabajo tuvo un presentimiento, quedó pensativa un rato mirando la ventana, suspiró finalmente, y volvió a recoger la plancha.

La inmortalidad del rostro reflejado de J. L. Garcia Martin
Foto: Maria Jesus Florez


La voz de Raúl

El viejo Raúl estaba postrado en una silla bajo la sombra de un naranjo. Un perro a su lado rascándose las pulgas. Todos conocen al viejo en el pueblo. Que fue aquel niño que no callaba, que aturdía, que hartaba a los maestros y que un día a los seis años entró en un orfanato y por cosas desconocidas salió sin habla.

Algunos decían que se había mordido la lengua entre otras historias. Pero a ciencia cierta nadie sabe qué le pasó. Mas, él no lo puede contar, no puede hablar, no aprendió a escribir y no lo puede olvidar. Lo lleva dentro, muy dentro como un terrible secreto.

Nadie sabe que una noche en aquel orfanato que hoy en día está cerrado por la policía por casos sin resolver. En una habitación donde dormían unos niños entre ellos Raúl, casi cada noche como castigo por hablar o por haber dormido en clase, por peleas y otras tonterías el tutor del orfanato, le hacía dormir en el suelo. No pasaba una semana que no durmiera en el suelo como castigo. Lo que sí era un niño terrible.

Pero una noche justo cuando estaba en régimen de castigo, ya de madrugada, mientras todos dormían escuchó un golpe en el suelo (que era de madera) que lo despertó. Alguien o algo golpeaba el suelo. Al escucharlo se estremeció y el cuerpo le sudó. Y el golpe seguía y seguía y nadie en la habitación se movía, nadie más que él escuchaba aquel ruido y aunque pensaba que era un sueño, no lo era. Más bien alguien andaba ahí, queriendo molestarle, gastarle alguna broma o algo parecido ¿pero quién? Si la habitación aquella estaba cerrada por dentro. Mas ya no pudo y asomó la cabeza por debajo de la sábana y vio que bajo la cama había una silla plegada. Fue eso lo que se movía. ¿Pero cómo, quien? –se preguntó –pero también había un abismo; un abismo oscuro bajo la cama. Y vio de repente entre la oscuridad que había allí un gato negro muy negro y con una pata movía la silla, más no tenía uñas, tenía unos dedos flexibles y alargados como los de los monos y unos ojos grandes y rojos que como sangres parpadeaban lentamente. El pobre Raúl tembló, el gato rugió como una bestia hambrienta y un gran susto paralizó al pobre Raúl. Y no pudo gritar porque con aquel gran susto Raúl se había tragado su propia lengua. El gato desapareció en la oscuridad, se escabulló en el abismo robando la voz de Raúl.

Esa es la verdadera historia que él no puede contarnos.




Yo, con el maestro José Luis Garcia Martín.
Foto de: Maria Jesus Florez
  

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Mensajes


Hoy recibí tu mensaje  desde España, decía en letras nebulosas y defectuosas: “Te estraño musho” y sentí un cosquilleo en mi entraña, en la garganta y también en las manos, no es un pronóstico económico sino más bien añoranzas de las caricias. Me da ternura leer tus palabras con faltas de ortografía aunque sé que lo haces a propósito para hacerme reír tal vez, porque sabes también que no soy de corregir, hay algunos errores que me gustan de ti, como el día en que te conocí por ejemplo, un error como cuando se hace un tatuaje, no por si uno se arrepiente sino porque es difícil de borrar.
Tan lejos estás mi sol, y ahora ya tienes que brillar en otros horizontes, a cinco minutos luz, tal vez, o más.
Cada día, mi mente te trae y puedo verte reír por ahí con tus blancos dientes, recuerdo que siempre te decía que serías perfecta para una campaña publicitaria de alguna crema dentífrica internacional y cuando te decía eso te volvías a reír. ¡Vaya bombazo! 
“También te extraño y te amo a pesar de todo” Contesté en el móvil que tenía tu foto como fondo de pantalla; era imposible no pensar en ti. Hasta hubo días que cambiaba de fondo, porque quería alejarte de mis pensamientos, pero esa foto vuelve a aparecer en la pantalla como un fantasma obsesivo, creo también que el móvil tendrá algún virus o algo parecido, pienso, o será un alcahuete electrónico programado para ese fin, como que hoy en día la tecnología, ya sabes…está como loca.
Hoy amanece el día, parece igual que ayer, pero a pesar de todo sin vos me estoy muriendo, sin darme cuenta ¡eh!  El cielo se rompe, se está cayendo sin ti mi sol, todo se desmorona, mis neuronas se pelean dentro de mi cabeza como en un parlamento democrático, ¡ja! Unos quieren olvidarte y otros no y ¡ya no se qué hacer!

Amantes de Colegio


Están ahí disimulando, tapando con capas de risa las ganas de comerse a besos, es por seguro que después del recreo ya no vuelvan, harán las tareas de los eros que tienen mucho y vienen en papeletas.
Él habla con la mirada  le dice algo que sólo ella entiende; idiomas que ellos improvisan, vislumbra razones para escapar de su cuaderno de las pizarras de los bolígrafos que sudan en sus manos.
Soy un dios, los puedo ver a veces en algunos rincones enredados en caricias de fuego, se muerden y no sienten, están ciego de amor loco, de vez en cuando un pensamiento vago aparece en sus mentes, imágenes de promesas hechas a los padres pero se borran por caricias hechas de las manos.
De pronto lo puedes ver a la luz,  han salido de la oscuridad
caminan pegados como la sombra al cuerpo…él susurra en su idioma y ella sonríe dulcemente. Mientras van comiendo el camino a pasos de sol,
robándole más besos a la noche que los guarda, y entre libros cerrados y poemas encendidos le pagan a Cupido quien va cantando una canción de amor tropezándose con los cables que encuentra a su paso.
Ella se despide, él la abraza con un beso que entibia su cara blanca.
Ella le deja su pañuelo, se mete y abre su ventana, él abriga las manos metiendo en su bolsillo las ganas que vuelven a nacer y se aleja pensando en ella, ella se acuesta y prende su luna mente y duerme y él desaparece como un espectro entre los árboles soñando con  la cálida noche desconociendo que mañana es otra clase a que asistir.

¿Será la soledad?


Que fantasma es la que hace tanto sufrir a mi espíritu en las noches, que me visita como Nietzsche, como Goethe y que me acaricia con las frías manos  y me hace sudar, resudar como en un baile de mascaras donde los anfitriones son maniquíes ¿será la soledad que me tienta traviesa? A veces hay alguien  en los días de melancolías que tapa al sol, que baja persianas evitando ponerme fuerte, que hace llover  a mis ojos, no sé si eres tú que estás aquí ausente, que quieres que me conozca, que me vea a mi mismo como en el espejo el cuerpo, tal vez la soledad sea el espejo donde se ve, donde se conoce,  donde se maquilla uno mismo. Será la soledad; la que hace que en mi corazón suene truenos y llanto. Qué sirena canta con tanta angustia por la siesta en los ríos y al viento se echa a llorar  como una chiquilla caprichosa porque tal vez busca llamar mi atención, pero yo soy con ella como un padre muy severo y la desprecio glacialmente. Su llanto retuerce a mi alma y la obliga nostálgicamente buscarte en donde no estás, en los álbumes y en los portales . ¿Será la soledad? La adivina, la verdadera ciega. Pero la soledad no se rinde fácilmente sabe donde tocarme, sabe que acudiendo a mi razón no logrará desnudarme por eso por las noches visita mi corazón, como una bella pesadilla disfrazada de Márilin. Desde entonces me gana pues ahora es:

Tu amiga la soledad

¿ Mi amor es amiga tuya la soledad? Es que ella me habla bien de vos, no me deja solo, me acompaña. Como una nueva madrastra llegó a casa ahora vive en mí, expulsó a mi sombra y ahora de mi alma enamorada está y me recuerda a ti, la misma palidez el mismo silencio. Me dibuja en la tarde tu cara blanca  y dulce como batata, dibuja tu sombra entre las cortinas que juega  en la puerta y en el fondo de la cocina a tu risa que canta, en la pieza donde estabas te dibuja entre las sabanas, se pone tu silueta y desfila para mí. Ella te llama a venir, cuando sabe que ya no la quiero, cuando no sabe qué hacer para emocionarme. A veces juega conmigo a las escondidas, porque a veces vuelvo a ser niño a veces se alegra conmigo, y yo también con ella. Camina conmigo, come y duerme conmigo desde que ya no estas también se entristece conmigo. Desde que tu ya no estás prepara recuerdos en la cocina, canta tu canción y se pone tu bata y se ríe como vos, tu amiga la soledad. Es una alcahuete, tu mensajera.