Madre, deseo llevar siempre el sello
bendito de tus labios en mi frente,
tu sonrisa de amor en mi recuerdo,
y tus abrazos que son mi presente,
y abrir los ojos, como un recién nacido,
al escuchar tu voz llamándome: hijo.
Si al atardecer tengo tu cariño
jamás tocará la pena a mi puerta
ni podrá el tiempo avejentar al niño
que llevo dentro. Como una violeta
gozo en perpetua primavera, en nido
feliz me fortalecen tus clamores.
Pero despierto y todo me han prohibido:
la alegría, el abrazo, los colores...
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