domingo, 21 de agosto de 2016

Carlos Bazzano en busca de la musa perdida


La poesía es una búsqueda del hombre a sí mismo como también un diálogo consigo mismo. Eso es lo que nos enseña Ñasaindy, cuadernillo de dieciocho poemas (con ilustraciones de Charles Da Ponte) y una muestra de lo más nuevo que ha publicado hasta ahora el poeta paraguayo Carlos Bazzano (Asunción, 1975).
Ñasaindy (vocablo guaraní que significa “luz de luna”) describe el mundo del poeta en dos días. Nos ilustra sobre su hábitat, sus miedos, sus sueños, el transcurrir de su vida en la ciudad. Aborda temas como la muerte, la soledad, el paso del tiempo (véase el esquema del cuaderno dividido en “Noche”, “Mañana”…), el amor, la desesperación ante el vacío y el silencio, etc.
El tema predominante es la soledad, a la que describe como algo visible, palpable, como si fuera de carne y hueso. En el poema “Habitación”, nos dice la soledad que siente ante la ausencia de la amada. A eso parecen aludir las palabras: “silencio”, “sin futuro”. Destaca la omnipresencia del término “silencio” en los poemas, con él sugiere la soledad, la muerte, la ausencia de la inspiración.
En “Tiempo roto”, la soledad lo acompaña en forma de la hija que nunca tuvo su amada y él. Con la hija imaginaria desayuna todas las mañanas. Ella le despierta y le ofrece el día como algo imposible de rechazar. Se levanta porque ha de hacerlo. Bazzano sabe que la “ciudad enferma” le espera fuera. Y todas las mañanas, antes de salir a la calle, busca los ojos amados, las llaves para abrir el día y que entre la luz. Se va a la calle con las manos vacías, va a buscar poesía y vuelve con algunos versos. La realidad es su mina de oro.
La poesía de Bazzano nace de la realidad misma. En el primer poema (“Amanece”) nos quiere hacer entender que la realidad es el agua fría con que la Vida nos despierta cada amanecer. La inspiración la busca Bazzano observando el mundo sentado en una plaza y al mismo tiempo se observa a sí mismo dialogando con sus pensamientos.
Debemos destacar el lenguaje llano que utiliza Bazzano, el tono coloquial e íntimo. A veces parece que está susurrando su desesperación. Procura que la poesía se contagie del mundo real, de ahí el lenguaje de la calle.
Pero su poesía es de una sencillez engañosa. No nos dice siempre lo que creemos leer. Debemos detenernos a pensar en lo que nos sugiere cada poema. Por ejemplo, en “Una paloma” la paloma muerta no alude acaso a la paz mundial —aunque tampoco lo podemos descartar—, sino a la paz del hombre que nos escribe estos versos. La paloma simboliza para Bazzano la palabra misma. Yo llegaría a creer que el poeta muchas veces encuentra que el público o “el barrendero” desprecian, no valoran sus versos. Los tiran en la basura porque no saben su valor. ¡Cuántas cosas nos sugieren los poemas de Bazzano! Y es que muchas veces en poesía, lo que leemos es solo la punta del iceberg.
Si hablamos de realidad, no podemos olvidar Asunción, ciudad en la que vive el poeta. Una ciudad no solo estancada en la realidad, sino, como algunos repiten, estancada en el tiempo. En estos poemas, la ciudad respira como un ser humano. Esta le obliga a correr como un caballo sediento, cargando como su conciencia, hasta llegar cansado a casa. Ni siquiera su ciudad lo entiende. Por eso, el poeta se desespera. Se siente incomprendido en su terruño. Se da cuenta de que tampoco él, el poeta, entiende a su ciudad y de que para sobrevivir se ha de guiar por los instintos. La ciudad es una especie de selva donde él es un animal que para salir adelante se guía por el instinto, instinto poético, aquella voz que nace de forma innata desde lo más profundo de su ser.
            En “Oiméneko” (“Quizá”), uno de los poemas en guaraní de Ñasaindy, el poeta parece resignarse ante el paso del tiempo. Sabe que todo es pasajero aunque parezca eterna una enfermedad, el hambre o la alegría. Bazzano se pregunta por eso “Oiméneko sapy’ánte oikarãi mborayhu” (“Quizá solo a veces araña el amor”). Bazzano sabe, como diría Borges, que un idioma, en este caso el guaraní, es “un modo de sentir la realidad”. Por ese motivo usa además su otro idioma, quizá el que más le acerca a la realidad paraguaya.
            El poema “Madrugada”, prosa poética, es uno de los más logrados del libro. Aquí Bazzano, convierte la soledad, mejor dicho, la presencia invisible de la amada en poema (“me hablás, y sé que estoy ante un poema […] te miro poema, me mirás, y te susurro poema”). Quizá era eso lo que tanto buscaba, lo que lo volvía loco: la soledad en la que le deja la musa que al final aparece convertida en un poema. Destaca en estos versos el juego de contrastes: “Tus ojos que no están me observan fijamente […] tus labios que no están se acercan a mis labios […] tu piel que no está eriza mi piel […]”.
Cuando acabamos de leer Ñasaindy, nos queda en la conciencia la sensación de que los dos días que narra el poeta describen la búsqueda de la poesía. Ese era su objetivo. Nos lo dice claramente en “Monólogo”: “Quizá tras los golpes aparezca la poesía, a la vuelta de la esquina, invitando a un abrazo”. La poesía como esperanza, como salida, como camino, como la luz de luna que se extiende sobre nuestra conciencia. La poesía que Carlos Bazzano busca y encuentra como Ñasaindy.
A continuación algunos poemas del cuaderno:

Una paloma

Recuerdo una paloma muerta
aquí en esta plaza
una tarde como hoy
Estuve mirándola
hasta que un barrendero la tomó de un ala
y la arrojó al cesto
de basura
yo era un duro mendrugo de pan
todas las palabras eran una paloma
 

Insomnio

Una vez me casé
No nos casamos ante ningún dios
No nos casamos ante ningún estado
No hicimos promesas vanas
Solo fue un cruce de miradas
Y luego fue difícil no dormir juntos

 

 

viernes, 5 de agosto de 2016

Dios revisa su Facebook


Ayer por la tarde, mientras me sentaba a tomar mi sidra de todos los viernes —es una nueva costumbre que tengo en verano—, en la terraza de un bar, cerca de casa, escuché a una señora y a su marido quejarse de la noticia que está acaparando todos los medios: los ataques terroristas. “Estamos en guerra…Una guerra santa”, repetía la buena señora. El marido cogía unos cacahuetes y los iba metiendo en la boca mientras trataba de oír a su mujer, que buscaba conseguir su aprobación, una señal de que también él estaba asustado o al menos sorprendido por lo que está pasando en Europa y Oriente. Algo musitó el señor para corresponder a la queja de su señora. Yo no diría que sea una guerra santa, pensé. En verdad, ninguna guerra puede ser santa. Enseguida llegó mi amigo Pelayo a acompañarme con la sidra. Bueno, en realidad, a él no le va la sidra, sino la cerveza. Le comento lo que acababa de escuchar. Me dijo que se está  matando a gente en nombre de un Dios y ningún Dios hace nada para defender a las víctimas. Yo lo oía mientras se quejaba. Y es que la sociedad no ha mejorado mucho. Se sigue matando a gente como se hacía ya hace siglos. Ningún Dios dejará lo que está haciendo para resolver los conflictos de los hombres. Siempre encontrará un pretexto para esquivar todo trabajo. Solo trabajó seis días en su vida y después ha decidido descansar por toda la eternidad y dejar que los hombres se maten entre ellos. En ese momento me imaginé a Dios frente a un ordenador gigante, sentando en su sillón de nubes azules, revisando su Facebook, ese mundo virtual en el que podemos ver casi todo lo que pasa. Lo veo moviendo la pantalla táctil. Lo imagino suspirando, aburrido, con desgana, sin poner un “me gusta” o un “Me enfada” o un “me divierte”. Lo imagino riéndose de un video que muestra a uno tropezar contra una farola, intentando atrapar un Pokemon Go. Lo imagino quitándose unas pelusas de nubes que le habían quedado entre los dedos. Lo imagino limpiando los dientes con la punta de un rayo que se ha sacado de entre las blancas barbas. Mientras el mundo se cae a pedazos y las mujeres y los niños corren aterrorizados hacia un naufragio mortal y él revisando su Facebook sin desconectarse nunca, aunque en su estado ponga “No disponible”. Lo imagino sin poner nunca un “Like” o un “Dislike” para saber si nos sigue o no, o simplemente para dar señal de vida.
“No entiendo esa obsesión del hombre por lo inservible”, me dice Pelayo. Y le dicto la frase de Blas de Otero: “De tanto hablarle a Dios, se ha vuelto mudo mi corazón”. Y es verdad, el corazón del hombre no es capaz siquiera de escuchar el llanto de los niños y de las madres. Me pregunto si algún día dejaremos a la religión fuera de nuestras vidas para poder vivir realmente como hermanos, hijos de la misma madre: la madre naturaleza, la única que nos da el sustento y nos cobija antes y después de la vida.   

 

Un autor inédito: Carlos García Llera

Estas vacaciones de verano las estoy aprovechando para ayudar a la catalogación de la correspondencia que José Luis García Martín ha donado a la Biblioteca “Ramón Pérez de Ayala” de Oviedo. Son más de seiscientos corresponsales. Mi labor consiste en sintetizar los datos literarios. En este tipo de trabajo, descubres mucho más de lo que realmente son los escritores. En las cartas se sinceran y dicen lo que piensan sin máscaras. Una oportunidad que estoy aprovechando al máximo. Es un lujo leer, por ejemplo, una carta de Vicente Aleixandre o una de Eugénio de Andrade o de Dionisia García y de tantos otros escritores con los que García Martín ha mantenido correspondencia desde comienzos de los años setenta. Por suerte, cualquier investigador lo podrá hacer ahora. Solo necesitará pedir permiso al bibliotecario para acceder a la sección “Biblioteca José Luis García Martín. Poesía española siglo XX”.
Hay mucho que descubrir en esta correspondencia. De todas las cartas que hasta ahora he leído, la que más me ha llamado la atención, las que más me ha alegrado encontrar lleva la signatura "Mss 232" y está firmada por Carlos García Llera.
En su carta, mecanografiada, de 1996, menciona que había oído el nombre de José Luis García Martín leyendo un artículo de Juan Manuel de Prada. Luego averiguó su dirección y le escribió esta carta, realmente entrañable. El segundo párrafo resume su vida y un sueño conquistado, que podría devolvernos la sonrisa. Dice: “Permítame un brevísimo curriculum vitae: Tengo 86 años. El año pasado aprobé el ingreso a la Universidad para mayores de 25 años y, a continuación, obtuve plaza en la Facultad de Psicología.”  Un fragmento que nos saca sonrisa de la admiración.
Más adelante pide a García Martín algún ejemplar atrasado de la revista Clarín. “Lo recibiría con sumo agrado y aun con el temor de que pueda inducirme a más inertes reflexiones”, escribe. Unas líneas ante citaba a Séneca: “la búsqueda de la verdad deja extenuado al hombre. Y esa es mi frustrante pasión”. Estas palabras me recordaron a Alonso Quijano.
 ¿Quién es este escritor?, pensé. En seguida tecleé en google su nombre. No me aparecía nada. Excepto la referencia a que falleció en 2010. Pero no estoy seguro de que sea la misma persona. Ahora mismo tendría 106 años. En el remite pone que vive en la calle Pepín Rodríguez, de Colloto.
Pero su carta no era la única sorpresa para mí. El sobre guardaba otro papel que contenía unas líneas escritas con mayúsculas. Eran reflexiones, unos aforismos que me recordaron a Rafael Barrett, a Baroja, a Unamuno. Sentí la misma alegría que cuando leí por primera vez los textos del autor de Moralidades actuales.   
Las frases, que seguramente nunca se publicaron, las leí con suma admiración. Sabía que su autor era un sabio, aunque haya esperado 86 años para ir a la universidad. Cito a continuación algunos de los aforismos de García Llera:
“Hay seres que lo único que hacen en su vida es morirse.”
“Cuando el hombre no tiene nada que dar, se queda definitivamente solo.”
“El pueblo solo sirve para aplaudir al paso de las carrozas.”
“No esperes que nadie te eche una mano. Todos las tienen ocupadas en trepar.”  
“Un hombre puede recordar las cosas como fueron y como pudieron haber sido. Lo que no debe es permanecer en el pasado y ser su prisionero.”
“Los viejos nos lamentamos ante el peligro. Los jóvenes, ante las ruinas”.
García Llera había conquistado su sueño de ir la universidad, puede que no fuera su única conquista. Seguramente se trata de un escritor que nunca llegó a publicar nada. Me gustaría salir de la duda. A mí su carta y lo poco que sé de su vida me inspira y emociona. Estas cosas y más podemos encontrar en la biblioteca. Hoy tenemos más tesoros así, esperando que alguien los venga a descubrir: un autor desconocido u olvidado, un poema inédito, una frase que marca la vida de un hombre para siempre. “Al final de la vida no cuenta cuánto se ha soñado, sino cuánto se ha conquistado”.

 

Cristian David López