Thomas
Carlyle
El Doctor Francia
Prólogo
de Juan Carlos Chirinos
Traducción
de Luis M. Drago
Renacimiento,
Sevilla, 2017.
“La brevedad es, al fin al cabo, el alma del ingenio”,
dice Thomas Carlyle y lo pone en práctica en este brevísimo y ameno libro sobre
José Gaspar Rodríguez de Francia. Con su peculiar inteligencia, reflexiona
sobre la identidad del dictador paraguayo, pese a la poca (y mala) información
con que contaba. Doctor Francia fue
publicado en 1843 y traducido al español en 1944 en Buenos Aires. Ahora
descubrimos que esta obra ha sabido conservar el interés porque habla de uno
los personajes más llamativos de la historia (y la literatura) americana: el
dictador. El prólogo de Juan Carlos Chirinos se ocupa adecuadamente del tema.
Las
fuentes que utilizó Carlyle para su ensayo fueron un “pequeño libro” de los
suizos Rengger y Longchamp; Cartas sobre
el Paraguay y Reinado del terror del
doctor Francia, de los hermanos Robertson, y una oración
fúnebre del reverendo Manuel Antonio Pérez.
Carlyle,
buscando ser parcial, eliminó las quejas de los Robertson, el “clamor incesante
de denuncia constitucional” contra el “terror de Francia” y no se dejó llevar
por las alabanzas del reverendo Pérez.
El deseo
del padre de Francia era que el joven Francia, que nace en 1764, se hiciera
sacerdote. Pero Francia parece ser que no tuvo demasiado apego a la devoción
divina. Aun así, lo envía al seminario de la Universidad de Córdoba (Tucumán).
La curiosidad de Francia iba más allá de la teología, su genio o “llama azul”,
como dice Carlyle, le impulsaba a estudiar de todo; “pasó de la teología al
derecho”. Apareció en Asunción hecho un abogado, el mejor de su tiempo.
Quien
no sale muy bien parado de la crítica de Carlyle es el pueblo paraguayo, al que
creía que no estaba listo para la independencia. “Es aquel un pueblo rudo que
lleva una vida holgazana, de fácil y desaseada abundancia”. Según él, era
imprescindible el uso del látigo, que no es otro que el rigor del futuro
dictador, para purgar el espíritu de este pueblo.
Carlyle
imagina a Francia como un “hombre un tanto solitario, cabizbajo, predispuesto a
aislarse aun en medio de la muchedumbre”. Francia tiene fama de “hombre de
verdad, […], de rectitud de hierro sobre todo”, pero es un hombre justo. Con
todo eso, tenía también un temperamento colérico, según Carlyle por causas
hipocondriacas. Hubiera llegado a ser un digno canónigo o gran inquisidor si
hubiera nacido un siglo antes.
Como
muchos, Carlyle veía que la Revolución Francesa tuvo influencia en la
independencia de los países americanos. El Doctor Francia estaba al tanto de lo
que pasaba en el viejo mundo, fue uno de los más activos en declarar, en 1811,
la independencia del Paraguay, junto con Fulgencio Yegros, presidente del
Congreso (como secretario estaba Francia).
Pronto el grupo que
conformaba el nuevo gobierno se volvió corrupto. Francia, hastiado, se marcha
al campo. Mientras tanto, en la capital, despilfarro y desorden. El pueblo no
sabía entonces aprovechar y manejar la libertad en la que vivía. El cambio era
inminente en ese panorama caótico. “Los ojos del país entero se vuelven […]
hacia el único hombre de talento, hacía el único hombre de verdad que tienen”,
el único capaz de traer el orden. En 1814, Francia se declara “dictador”, condición
que dura hasta su muerte en 1840. Con él mejora el gobierno y la seguridad.
Todo el mundo empezó a hacer su trabajo en vez de fingir que lo hacían.
Organizó el país a su manera. Pagó y disciplinó a las tropas, mandó poner
fortines por todos lados, sobre todo en las fronteras. Creó escuelas y puso
salario a los profesores. Promovió la educación y reprimió la superstición. Se
negó a aceptar donativos. Mejoró las calles de Asunción, haciéndolas más
transitables. Con su acostumbrado rigor, luchó contra la chapucería en todos
los rincones, espabiló a los religiosos del país, a los obreros (lo hizo con la
llamada “horca del obrero”, que Carlyle denomina “institución social”). Si un
zapatero fabricaba un zapato que no servía, se le hacía pasar varias veces bajo
la horca, como prevención. Si volvía a fracasar, se lo ahorcaba. Dicha horca no
dejó de producir beneficios en todo el país. Se prohibió contactar con el
gobierno de Buenos Aires y con todos aquellos que no aceptaban la independencia
del país. Descubrió que la tierra paraguaya podía dar dos cosechas al año y con
eso progresó aún más la agricultura, de la que dependería el pueblo y no del
comercio extranjero.
No
hubo queja, se vivía en paz, hasta 1819, cuando empezaron los rumores de una
conspiración contra Francia. Ese año, el general Artigas, que antes era su
enemigo, huye del general Francisco Ramírez y pide asilo al dictador y se lo
concede. El ejército de Francia vence al de Ramírez en cuyo poder encontró una
carta de Fulgencio Yegros, que encabezaba al parecer la conspiración contra
Francia. Este, antes de actuar, investiga y espía, hasta estar completamente
seguro. Luego mandó a fusilar a los conspiradores. Fueron tres los años,
llamados de “terror”, lo que duró la conspiración. Para Carlyle, más que “reinado
de terror” sería más bien “reinado de rigor”. Porque luego, los veinte años
siguientes, se produjo la paz hasta la muerte del dictador.
Francia
llegó para inaugurar la independencia y con su gobierno fundó la identidad
paraguaya. Con una personalidad singular, llamó la atención de todo el mundo
sin haber salido de su país. Se convirtió en un mito. Vivió y murió pobre. No
buscó el poder para enriquecerse, sino más bien para mandar y ser obedecido. Su amor
hacia el poder era producto de su odio hacia el desorden y la
corrupción. Todo esto lo ha destacado la temprana perspicacia de Carlyle.