domingo, 13 de mayo de 2018

Un poeta clandestino: Jacobo Rauskin


Jacobo Rauskin
Poemas selectos
Pre-Textos, Valencia, 2018


     Algo de razón tenía Augusto Roa Bastos cuando afirmó que Paraguay es una isla rodeada de tierra. La tierra, ese silencio, que todo lo puede enmudecer, excepto a la poesía, voz que vuela imperecedera. Y la poesía paraguaya va llamando cada vez más la atención de editores, librerías y estudiosos. La presencia de Jacobo Rauskin (Villarrica, Paraguay, 1941) en el panorama español se hizo esperar bastante. Finalmente ha valido la pena esa espera, aunque lo que nos ofrece Poemas selectos solo es una muestra de su calidad poética, confirmada por más de veinte títulos, entre los que destacan Jardín de la pereza (1987), Adiós a la cigarra (1997), El dibujante callejero (2002), Esa mansa tristeza (2012), etc.
     Según nos explica el autor en el breve prólogo, Poemas selectos reúne los poemas que a lo largo de los años han ido ganando la preferencia de los lectores. Por tanto, el antólogo es el público que ha podido seguir la obra del poeta paraguayo. Los poemas no están ordenados por orden cronológico ni se menciona el libro al que pertenecen. En mi opinión, es un acierto este criterio. Y es que leemos esta antología no como una antología, sino como un libro nuevo y unitario, prescindiendo de los molestos datos y fuentes que a veces acompañan a los poemas y que más que orientar, desvían la atención de nuestra lectura. Si el lector tiene curiosidad, podrá googlear cualquier duda sobre el autor y sus obras.
    Poeta de larga trayectoria, Premio Nacional de Literatura de su país en el 2007 por Espantadiablos, Jacobo Rauskin ha sabido mantener el equilibro entre el rigor artístico tradicional (se nota la influencia de los poetas del Siglo de Oro y sobre todo la poesía popular tradicional hispana) y el verso más o menos libre (seguramente que él nos diría que el verso libre no existe, que cada poeta tiene un ritmo, sus trucos a la hora de escribir un poema).
     Tradición y modernidad van de la mano en la poesía de Rauskin, una poesía que tiende a la brevedad, a la síntesis y a la sugerencia. A los poemas de tema amoroso le da otro aire para que nos suene como a un sentimiento nuevo, recién sugerido. Su voz fluye tan natural y transparente –sin abusar siquiera del colorido adjetivo– como las limpias aguas del “arroyito”, que describen algunos de sus poemas, ese locus amoenus que nos recuerda a Garcilaso. De esta manera, Rauskin retoma lo clásico para hablar de lo nuevo, con un lenguaje claro, tono calmado y, en ocasiones, irónico, sobre todo en los poemas sociales y políticos. Este tono irónico quizá sea el toque que lo diferencie de otros poetas paraguayos. Leemos los poemas y escuchamos la voz de Rauskin pero a la vez nos deja que oigamos los ecos de sus maestros, por ejemplo, el de Santa Teresa de Jesús en los versos que dicen: “Y de tan alta huelga espero / que huelgo porque no huelgo”. Parece difícil no caer en la tentación de creer que estamos ante una poesía demasiado sencilla. No nos engañemos, se trata de una poesía de complicada sencillez, de una maestría que se ha ido puliendo a lo largo muchas relecturas y reescrituras, a fin de conseguir que los poemas parezcan como si los acabara de inventar el lector en el momento en el que los está leyendo.
     Puede que hablar de amor sea una forma de evadirse de la realidad, pero Rauskin sabe que lo amoroso no le hará olvidar que “Silvia”, la mendiga que recorre las calles asuncenas, “con su teatro portátil, cómico y callejero / se gana el pan y sigue andando”, porque la quietud, el estatismo es la muerte en un país donde nadie socorre a nadie. Junto al tema amoroso, en esta antología destacan los poemas que describen problemas sociales. Deambulan por estas páginas personajes cuya vida no es precisamente fácil. En su poesía hay una crítica no solo a los gobernantes, sino a toda la sociedad que parece dormida.  Merece la pena detenernos en la serie “De las manos vacías”, cuyo título ya nos sugiere la pobreza y la miseria. En ella se critica al sindicato que no ha sabido defender al campesino paraguayo, “campesino sin tierra”. ¿Y qué es un campesino sin tierra? Un hombre sin alma.
        No solo el paisaje del lugar ameno se descubre en algunos poemas, Rauskin, que se define a sí mismo como un pintor de la realidad, también describe el paisaje urbano: el bullicio que como un smog transpira la ciudad, que no es más que una trampa de ratones y seres marginados, la ciudad como laberinto, de donde es difícil salir; la ciudad que va oprimiendo y exprimiendo al mismo tiempo a los mendigos, a los huérfanos, a los protestantes, a las mujeres embarazadas que vagan abandonadas (“Futura madre […] / Yo veo amor herido en su manera de andar”). El tiempo para estos seres es cíclico. Termina y vuelve a empezar (“Horas o cosas, todo en círculo: / un pensamiento, un vaso de agua, la noche / con el viento redondo de un ventilador”).   
     La realidad circular, la monotonía, la muerte y el hambre personificados en la gente que el poeta ve pasar en su día a día, son los temas que llaman su atención. Pero el amor está en primer lugar, el libro empieza con este tema. Me quedo con algunos versos finales de estos poemas amorosos: “Refugio”: “Tú, con los pies desnudos; / yo, con mi amor descalzo”.  “Noche nuestra”: “Desnuda, me iluminas”. “Confesión”: “Rozando, a veces, la vigilia / y, a veces, algún cuerpo”.
                                                                               
[Publicada en la revista Clarín, nº 134]

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