domingo, 30 de octubre de 2016

La poesía de Mónica Laneri



La poesía, la joven poesía paraguaya, todavía está por descubrir para los propios lectores paraguayos. En este siglo XXI, van apareciendo nuevas voces que pueden ofrecernos un testimonio del tiempo que nos está tocando vivir. Notamos la búsqueda de nuevos estilos. Lejos queda ya la mirada modernista que tanto ha influido a los poetas paraguayos. No estaba mal, pero a la larga se volvía cansina. Hoy nos encontramos frente a una generación que busca experimentar nuevas maneras de hacer poesía. Para ello dejan de imaginar un mundo ideal y alejado de la vida cotidiana. Ahora la realidad presente acapara la poesía, no necesariamente de tema social, es decir, combativa y patriótica. Lo que se percibe es una poesía  que acapara las calles, las plazas, los bares, y a veces las escuelas y colegios. Eso se está viendo en Asunción. Es la señal de libertad poética. Se está perdiendo el miedo y la timidez (como se dice en Paraguay: lo koygua) a expresarse. La seguridad en sí mismo es señal de libertad.
Una de las voces de la nueva poesía paraguaya es sin duda Mónica Laneri (Asunción, 1971), que acaba de publicar Razón psiquiátrica (Servilibro, 2016), con prólogo de Osvaldo González Real e ilustraciones de Diego Pusineri. No es el primer libro de Laneri, entre sus obras podemos citar Versos horizontales (2001), Eras dios y te hice hombre (2003), etc.
Si en el siglo pasado el modelo principal para el poeta paraguayo eran Rubén Darío y otros poetas modernistas, ahora la influencia viene de la misma cantera paraguaya (Susy Delgado, Renée Ferrer, Herib Campos Cervera, Elvio Romero…), sin dejar de lado a los poetas extranjeros, como Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Leopoldo Panero, Benedetti, y la presencia de Charles Bukowski, en el caso de la poética de Laneri.
En el fondo todo poeta es un buscador, juega buscando una nueva manera de decir lo ya dicho y de llegar, como en una mina, a lo más oscuro y profundo (quizás lo más puro) de los sentimientos, donde está el diamante, el significado nuevo de la vida que quiere expresarnos. En Razón psiquiátrica, se puede observar ese afán por rebuscar, como dicen los versos “destrozar el poema, / llegar al fondo del sentimiento, / purgar palabras por el verso cometido”. De ahí la manera de señalar explícitamente con un guión prefijos (“in-”, “des-”), que aparecen en la mayoría de los poemas. Laneri busca darle un giro nuevo a las palabras, otro sentido a los significados, a los sonidos incluso. Su escritura, en la cual se experimenta, nos recuerda al César Vallejo de Trilce. Nótese el uso constante de las mayúsculas, los guiones en vez de comas, los paréntesis, los dígitos, los puntos suspensivos, etc. Y es que Laneri a lo que aspira es a demostrarnos que su poesía transmite una libertad expresiva inspiradora. La suya es una poesía que se deja llevar incluso por lo subconsciente, una poesía libre de ataduras, de influencias claras. Es como si quien escribiera algunos de los versos fuera el subconsciente de la autora, que se deja guiar por esa voz que suena –metafóricamente hablando– en un estado de leve borrachera. No pretende que la entendamos, solo quiere que sintamos lo que producen en nosotros las palabras: “Cuando entienda lo que digo, / ese día, / dejaré de escribir / (llegará la recompensa)”. Destaca sobre todo el uso de los guiones entre las palabras. Un guion que parece un puente entre cada término que nos sugieren una forma inusual de inducir ideas a nuestra imaginación: “Decimos miedo / y decimos dejar de amar, / de amar-nos. / Decimos miedo / y decimos dejar de intentar, / de intentar-nos”.
Muchos versos reflejan lo contradictorio, lo paradójico. Es otra forma de buscar nuevos sentidos. “Nadie sabe de nadie / y todos saben de todos”, “El camino es solo aquello que nos / pierde”, “A veces, negar es afirmar”, “Cómo salir / de esta salida / sin callejón”, etc. Sus versos no solo buscan contradecir lo lógico, sino también lo que se nos impone como tradición: “Hay que besar la vida / para que un príncipe / se transforme en sapo”. Llega incluso a la negación de Dios: “Dios está muerto / y, la poesía, / -simplemente- reposa, / expectante, / hasta la hora / del orgasmo”. Dios es un cadáver que pudre al hombre. Más que un cadáver es una prisión.  
Quizá lo que Mónica Laneri busca es no solo encontrar nuevos significados a las palabras, sino a la propia realidad, al presente que le toca vivir. Niega su ahora y a sí misma: “Esto que vez, / y que soy / o, más bien, no soy”.  Su mirada es la de uno que observa el mundo y que trata de desdibujarlo, cambiando sus matices, contradiciéndolo constantemente. Además en los últimos poemas nos habla de volver: “Regresar / es borrar huellas / con abrazos”. Esa vuelta es aprender de los errores y terrores, por eso aclara: “Regresar / no es volver / sobre los pasos”. Es volver con otra forma de pensar, con otra forma de escribir. Prescinde mucho de los adjetivos, que más que decorar, cubren, tapan lo real. No se empeña nuestra poeta en adornar sus versos, la mayoría de los cuales no supera las cinco sílabas. La lectura avanza entre pausas, silencios.
Resulta curioso que las ediciones de Servilibro, sobre todo de poesía, no lleven índice, como en este caso y también en El tiempo andariego, de Edita Rojas y en el libro de ensayo, Elvio Romero, La Fuerza de la Realidad, de Ricardo Rubio. Un índice debe formar parte de un libro, porque no solo sirve para ver el esqueleto del volumen, sino también que es la guía del lector.
La poesía de Mónica Laneri (la poesía de hoy en Paraguay) nace sobre todo de la calle, los bares, las plazas, la intemperie, pero también del recuerdo. Ella tiende observar el mundo (no a imaginarlo) para explicar sus sentimientos y es el mundo hecho poesía el que nos expresa el sentir de Laneri. El mundo es su espejo.

 

 

jueves, 27 de octubre de 2016

Elogio al poroto


El sabor de una comida puede transportarnos en el tiempo. A veces no sabemos lo que guardamos en la memoria, hasta que un toque de los sentidos abre la puerta de los días que creíamos olvidados. Esta semana he vuelto a probar, tras muchos años sin hacerlo, un plato de kumandá (o poroto), que me ha llevado a Depósito Cué, un rincón caaguaceño.
Cuando era niño, recuerdo que una anciana, llamada Ña Lucila, me invitaba a comer, especialmente cuando cocinaba kumandá, mi comida favorita. Nada más salir de la escuela, iba corriendo a su casa. Yo siempre le decía que su kumandá arró era la mejor comida del mundo. “Lo hago con amor”, decía mientras comíamos. “Durante la noche lo dejo en agua y lo saco fuera, al cerrazón, para que las estrellas bendigan cada grano”. Yo la escuchaba como si estuviera contándome un cuento. Creía que algo mágico tenía su comida. Y sí, tenía algo milagroso, podía saciar el hambre durante horas. “Come más. Ne akãmeguara iporã, nemoarandúta”, repetía. Yo no dejaba que me insistiera.
Yo no entendía cómo algunas personas se quejaban si sus mamás les cocinaban poroto. Se hacían las fifís, las sofisticadas. Decían que solo los campesinos debían comer poroto. Para mí, el kumandá era (y es) lo más sagrado.
Aquí, tan lejos de Paraguay, podemos conseguir kumandá en algún supermercado. Esta semana, Marta ha cocinado poroto. Nada más llegar y abrir la puerta de casa, me recibió el olor de mi infancia. En la mesa vi los rojos porotos en el caldo, el color de mi tierra.
El sabor de una comida puede transportarte muy lejos. Si algún día vuelvo a Paraguay, estoy seguro que si pruebo por casualidad un plato de fabes, lo primero que recordaré es Asturias y su gente.

[Publicado en Guaydelparaguay, año 2, nº 1]

jueves, 20 de octubre de 2016

Los aforismos de Santiago Ramón y Cajal


Entre cambio de pañales, nanas, gruñidos, bostezos, llantos, biberones y sueños de mi hijo recién nacido, de vez en cuando, picoteo alguna delicia en Aforismos y charlas de café de Santiago Ramón y Cajal.
            El libro ha sido editado por otro excelente aforista, Manuel Neila, que dirige la colección «A la mínima» de la editorial Renacimiento. Dicha colección tiene en su lista a  clásicos del género, como Oscar Wilde, Vauvenargues, Pessoa, Antonio Machado, Rafael Barrett, y también a algunos de los mejores aforistas contemporáneos: Dionisia García, Ramón Eder, Gabriel Insausti, incluido el propio Neila, que cada día nos regala una reflexión en su cuenta del Facebook: «La riqueza del desarrollo a costa de la miseria de sus alrededores acaba por volverse una riqueza miserable», «Lo malo de los de abajo, todo hay que decirlo, es que muchos aspiran no a ser justos, sino a ser de los de arriba». No todo lo uno que lee en las redes es desdeñable. Quién mejor que Manuel Neila para estar al frente de tan selecta colección.
Aforismos y charlas de café es un libro dividido en once capítulos, que tratan sobre la amistad, el amor, la vejez, la muerte, la inmortalidad, el talento, la conversación, la opinión, el carácter, las costumbres y las mujeres. Bastantes de los aforismos sobre la mujer son misóginos, pertenecen a una mentalidad de otra época, de la que poco a poco queremos alejarnos. Las reflexiones sobre este asunto no creo que ayuden a que el lector contemporáneo se acerque a los aforismos de Ramón y Cajal. Más bien nos hace dudar de la verdadera inteligencia del premio Nobel español. He tenido que torcer el ceño y pasar rápido de página cuando hablaba de mujeres.
Sin embargo, más allá de este tema, Aforismos y charlas de café es un librito inmenso, con reflexiones agudas, la mayoría vigentes y aplicables hoy en día, que nos abren un poco más la mente, pero también nos ayuda a entender que no hemos evolucionado demasiado en determinadas materias, sobre todo en lo que tiene que ver con las relaciones literarias, la amistad, el amor, etc. Muchas de las reflexiones que encontramos aquí son ideas que permanecen constante en el tiempo, porque bien ha dicho Ramón y Cajal, las buenas ideas son inmortales, yo agregaría que también las malas costumbres.
Qué mejor compañía para hacer más llevaderas mis obligaciones paternales. Quizá todo libro de aforismos trata de ser, en buena parte, un libro de autoayuda: «Si hay algo en nosotros verdaderamente divino, es la voluntad. Por ella afirmamos la personalidad, templamos el carácter, desafiamos la adversidad, corregimos el cerebro y nos superamos diariamente».
Después de leer este volumen, no sé si podemos decir que salimos más sabios, pero podemos asegurar que sí nos volvemos un poco más desconfiados. He aquí algunos aforismos:

«De todas las reacciones posibles ante una injuria, la más hábil y económica es el silencio».

«Apártate progresivamente –sin rupturas violentas– del amigo para quien representas un medio en vez de un fin».

«Hay pocos lazos de amistad tan fuertes que no puedan ser cortados por un cabello de mujer».

«No huyas de las mujeres durante la juventud, si no quieres correr ridículamente tras de ellas en la vejez».

«Al modo de las cordilleras, que en días grises parecen más alejadas que en días claros, ciertos talentos se envuelven en nubes para semejar profundos».

«Conócense infinitas clases de necios; la más deplorable es la de los parlanchines empeñados en demostrar que tienen talento».

«No hay mayor enemigo del ingenio que el mal genio».

«Lo que entra en la mente por vía de razonamiento, cabe ser corregido; lo admitido por fe, casi nunca».

«La verdad es un ácido corrosivo que salpica casi siempre al que lo maneja».

«Te quejas de las censuras de tus maestros, émulos y adversarios, cuando debieras agradecerlos; sus golpes no te hieren, te esculpen».

«Comparables a la ola, que rompe impetuosa en la playa, son muchos escritores: mucha espuma y poco fondo».

«El silencio de los envidiosos es el mejor elogio a que puede aspirar un autor».

            «Hay tres clases de políticos: los que enaltecen la Patria, los que la sirven y los que la explotan».

miércoles, 12 de octubre de 2016

A mi hijo

Acaba de nacer y lo primero que ha hecho fue bostezar. Habrá pensado: «¡Mba! ¿Y esto es la Vida?». Finalmente se puso a llorar.
Martín, no llores. Es la vida que entra en ti en cada aliento. Deja que sacuda tu corazón, que infle tus pulmones, que llene de luz tus ojos negros, que cicatrice la piel que te abriga, que fortalezca tus huesos.
Martín, hijo, deja que la vida te acaricie para que vayas acostumbrándote a su tacto. Pronto entenderás que, como las personas, la vida cambia continuamente. Un día te tratará de forma más tosca, te pinchará las manos y los pies, te pondrá corona de espinas, te empujará hasta caerte, hasta derribarte, te hará sentirte solo. Otros días, se presentará mansa como el orbayu en verano para llenarte de luz y estarás feliz sin saber porqué y sentirás que todo lo que existe en el mundo fue hecho para ti. Te ayudará a levantarte en las caídas. La vida, como las personas, tiene muchos rostros y tendrás que ir acostumbrándote a ellos. No te asustes si un día lo has perdido todo y crees que en el futuro tus sueños no están. Recuerda que llegaste desnudo al mundo y que todo lo que tienes es ganancia. Tú sigue caminando y piensa que el futuro nunca llega. Que lo más importante es haber nacido para descubrir el amor de tu madre, que juro que te quiere más que a su vida. Descubrirás que es maravilloso sentir el viento, una mirada bondadosa, la luz en la piel. Es la caricia de la vida.
Algún día visitarás la patria de tus padres y podrás escuchar el chillido de la cigarra en los naranjos, la risa de tus amigos, de tus seres queridos. Es el canto de la vida. ¿No es maravilloso sentir el olor de la cebolla frita inundando el hogar, el olor de la rosa, del pasto recién cortado, de un libro viejo, hojeado un siglo después y que fue leído por cientos de lectores? Es el olor de la vida.  Y si acaso llegaras a mi edad y siguieras preguntándote, como yo, qué es la vida. Te diré que preguntes a tu madre, ella te responderás que la vida eres tú. Algún día lo comprenderás. Ahora todavía la vida tiene un sabor nuevo para ti. Descubrirás la lluvia y la mirarás, como yo ahora, desde la ventana. No te enfades si te empapas alguna vez, la lluvia es la ducha de los días. Y quizás no pienses en la vida hasta que seas por fin, como yo, un padre, que ve a su hijo por primera vez iluminar su mundo. Ahora mismo ya sabes a qué sabe una caricia, la luz, el viento, pronto, sabrás lo que es una caída. Es un truco que usa la vida para ponernos fuertes y enseñarnos a ser independiente. Pronto sabrás a qué sabe el limón y el sabor de la manzana al horno. Sabrás lo que es, si sales a tu padre, emborracharse con la sonrisa de su amada, y a veces, solo a veces, con una botella de vino tinto y un par de poemas.
¡Dios mío, Martín! Tantas cosas te aguardan en la vida. Alegrías, llantos, viajes, sueños, amores. Aunque no los sepas aún, te digo que los días se suceden para que tú sueñes y crezcas, para que tú vuelvas a abrir los ojos cada mañana y podamos nosotros abrir los nuestros, y puedas maravillarte, como yo, con cada día. Descubrirás que algunos sueños no se cumplen durmiendo, sino que tienes que estar muy despierto para conquistarlos.
Hijo mío, no llores más y deja que la vida te acaricie con nuestras manos.

sábado, 8 de octubre de 2016

Cómo se llega a ser un mendigo


 
El hombre antes de saberse un mendigo de verdad, empieza soñando con una vida feliz, con casa e hijos y una esposa. Primero pasa un tiempo mendigando, solicitando un trabajo. Bueno, antes acaba los estudios, luego se pone a buscar laburo con la ilusión de que le van a abrir todas las puertas del mundo con su nuevo título. Después de un año, se tiene que marchar del país porque está cansado ya de mendigar un puesto para lo que se ha preparado toda la vida. Pero si el mendigo apenas tiene un graduado escolar o no lo tiene siquiera, entonces la cosa se pone más difícil. No puede salir siquiera de España. Ya no existe la América donde fueron sus abuelos y volvieron con algo para vivir. Así pues, después de llevar varios años al paro y de haber perdido a los amigos, a la familia y al futuro de una democracia que brillaba esperanzador para la nueva generación a la que él pertenece, después de haber pasado por varias etapas de desesperación, después de perder hasta la misma vergüenza, decide salir a mendigar como un verdadero vagabundo.
Se deja un poco de barba, coge un gorro y sale a la calle a pedir a todo el mundo unos céntimos. Después de unas semanas, pierde también la voz. Le sale ronca y seca. Las palabras se le atascan en la garganta como un pan seco. Entonces decide arrodillarse frente a una Iglesia, tendiendo las dos vacías manos y bajando la cabeza hacia el suelo. Incluso aguanta unos días de lluvia en esa incómoda posición. Pero las rodillas se le ampollan y renuncia a estar arrodillado. Decide una vez más que no se va a rendir y que va a morir parado, como un verdadero soldado. Finalmente se le ocurre escribir un pequeño cartel. Busca un trozo de cartón en un cubo de basura y, con un boli que pide prestado a uno de la ONCE, escribe: “Llevo cinco años en paro. Necesito ayuda para vivir.” Otros escriben: “Tengo cinco hijos que alimentar. Me han desahuciado. Necesito ayuda  para mantenerlos”. Se coloca junto a la entrada de un supermercado o la estación del tren.  Alguno más ingenuo se coloca junto a un banco. Si tiene suerte, un perro callejero le hará compañía. Será el único en escuchar su queja. El único en compadecerse de su situación. Será el único que le hará entender que no es el único perro abandonado.
            No todos los mendigos que vemos por las calles españolas son españoles. En realidad todos los mendigos son iguales. Es como si todos perteneciesen a un mismo país de miserias. Decía que no todos hablan castellano. Algunos vienen de otros lugares pensando que aquí la sociedad tiene un corazón más caritativo, pero no saben que por la vena de todos los seres humanos corre la misma sangre ingrata. El mendigo extranjero, lo primero que cree descubrir es que si no pone en su cartel que es de la vieja Castilla, es decir, español antiguo, quizá nadie le eche un céntimo a los pies. Sabrá que aquí en España, incluso para ser mendigo es necesario solicitar la nacionalidad. Sabrá que si no la tiene, puede que pronto se le culpe a él por el paro y la crisis del país. Así que escribirá: “Soy español, llevo en paro cinco años, me han desahuciado, tengo tres hijas…”. Cree que lo más importante de todo es que ponga que es español. Pobre de él si pone eso en las calles de Barcelona. Allí tendrá que poner que es catalán; y si está en Asturias, que es asturiano hasta la sexta generación. Pero me temo que tampoco le salvará ninguna bandera. La verdadera caridad no ve el idioma que hablas, no ve de qué lugar procedes. Solo se fija en ayudarte, aunque cada día se está volviendo más miope.  
            Al final, da igual que sea extranjero o no, el mendigo vivirá en la indiferencia, como un ente invisible, sin rostro, porque nadie se atreve a mirarle a la cara. La gente tiene miedo de ver reflejado en el vagabundo su propio futuro. El mendigo dejará que los días grises caigan sobre su cuerpo como cáscaras de otoño. Los niños le tendrán un miedo y tendrán pesadillas con él. El mendigo se despojará de todo. Solo nos quedará la sensación de que no le preocupa nada, de que no tiene ningún problema que le aqueje (renta, hipotecas, vacaciones, etc.). Tendremos la sensación de que se ha convertido en santo, que busca cada noche para dormir el recinto de un cajero automático. Sabe que allí estará más cerca del dinero. Y en sueños puede que perciba el vago olor del euro, del peso, del yen, del guaraní, del dólar… del dinero. El olor que cree había olvidado. Él no tiene dudas de que el dinero sí da la felicidad.