La
poesía, la joven poesía paraguaya, todavía está por descubrir para los propios lectores
paraguayos. En este siglo XXI, van apareciendo nuevas voces que pueden
ofrecernos un testimonio del tiempo que nos está tocando vivir. Notamos la
búsqueda de nuevos estilos. Lejos queda ya la mirada modernista que tanto ha
influido a los poetas paraguayos. No estaba mal, pero a la larga se volvía
cansina. Hoy nos encontramos frente a una generación que busca experimentar
nuevas maneras de hacer poesía. Para ello dejan de imaginar un mundo ideal y
alejado de la vida cotidiana. Ahora la realidad presente acapara la poesía, no
necesariamente de tema social, es decir, combativa y patriótica. Lo que se
percibe es una poesía que acapara las
calles, las plazas, los bares, y a veces las escuelas y colegios. Eso se está
viendo en Asunción. Es la señal de libertad poética. Se está perdiendo el miedo
y la timidez (como se dice en Paraguay: lo koygua)
a expresarse. La seguridad en sí mismo es señal de libertad.
Una
de las voces de la nueva poesía paraguaya es sin duda Mónica Laneri (Asunción,
1971), que acaba de publicar Razón psiquiátrica
(Servilibro, 2016), con prólogo de Osvaldo González Real e ilustraciones de
Diego Pusineri. No es el primer libro de Laneri, entre sus obras podemos citar Versos horizontales (2001), Eras dios y te hice hombre (2003), etc.
Si
en el siglo pasado el modelo principal para el poeta paraguayo eran Rubén Darío
y otros poetas modernistas, ahora la influencia viene de la misma cantera
paraguaya (Susy Delgado, Renée Ferrer, Herib Campos Cervera, Elvio Romero…),
sin dejar de lado a los poetas extranjeros, como Jorge Luis Borges, Pablo
Neruda, Leopoldo Panero, Benedetti, y la presencia de Charles Bukowski, en el
caso de la poética de Laneri.
En
el fondo todo poeta es un buscador, juega buscando una nueva manera de decir lo
ya dicho y de llegar, como en una mina, a lo más oscuro y profundo (quizás lo
más puro) de los sentimientos, donde está el diamante, el significado nuevo de la
vida que quiere expresarnos. En Razón
psiquiátrica, se puede observar ese afán por rebuscar, como dicen los versos
“destrozar el poema, / llegar al fondo del sentimiento, / purgar palabras por
el verso cometido”. De ahí la manera de señalar explícitamente con un guión prefijos
(“in-”, “des-”), que aparecen en la mayoría de los poemas. Laneri busca darle
un giro nuevo a las palabras, otro sentido a los significados, a los sonidos
incluso. Su escritura, en la cual se experimenta, nos recuerda al César Vallejo
de Trilce. Nótese el uso constante de
las mayúsculas, los guiones en vez de comas, los paréntesis, los dígitos, los
puntos suspensivos, etc. Y es que
Laneri a lo que aspira es a demostrarnos que su poesía transmite una libertad
expresiva inspiradora. La suya es una poesía que se deja llevar incluso por lo
subconsciente, una poesía libre de ataduras, de influencias claras. Es como si
quien escribiera algunos de los versos fuera el subconsciente de la autora, que
se deja guiar por esa voz que suena –metafóricamente hablando– en un estado de
leve borrachera. No pretende que la entendamos, solo quiere que sintamos lo que
producen en nosotros las palabras: “Cuando entienda lo que digo, / ese día, /
dejaré de escribir / (llegará la recompensa)”. Destaca sobre todo el uso de los
guiones entre las palabras. Un guion que parece un puente entre cada término
que nos sugieren una forma inusual de inducir ideas a nuestra imaginación:
“Decimos miedo / y decimos dejar de amar, / de amar-nos. / Decimos miedo / y
decimos dejar de intentar, / de intentar-nos”.
Muchos
versos reflejan lo contradictorio, lo paradójico. Es otra forma de buscar
nuevos sentidos. “Nadie sabe de nadie / y todos saben de todos”, “El camino es
solo aquello que nos / pierde”, “A veces, negar es afirmar”, “Cómo salir / de
esta salida / sin callejón”, etc. Sus versos no solo buscan contradecir lo
lógico, sino también lo que se nos impone como tradición: “Hay que besar la
vida / para que un príncipe / se transforme en sapo”. Llega incluso a la
negación de Dios: “Dios está muerto / y, la poesía, / -simplemente- reposa, /
expectante, / hasta la hora / del orgasmo”. Dios es un cadáver que pudre al
hombre. Más que un cadáver es una prisión.
Quizá
lo que Mónica Laneri busca es no solo encontrar nuevos significados a las
palabras, sino a la propia realidad, al presente que le toca vivir. Niega su
ahora y a sí misma: “Esto que vez, / y que soy / o, más bien, no soy”. Su mirada es la de uno que observa el mundo y
que trata de desdibujarlo, cambiando sus matices, contradiciéndolo
constantemente. Además en los últimos poemas nos habla de volver: “Regresar /
es borrar huellas / con abrazos”. Esa vuelta es aprender de los errores y
terrores, por eso aclara: “Regresar / no es volver / sobre los pasos”. Es volver
con otra forma de pensar, con otra forma de escribir. Prescinde mucho de los
adjetivos, que más que decorar, cubren, tapan lo real. No se empeña nuestra
poeta en adornar sus versos, la mayoría de los cuales no supera las cinco
sílabas. La lectura avanza entre pausas, silencios.
Resulta
curioso que las ediciones de Servilibro, sobre todo de poesía, no lleven
índice, como en este caso y también en El
tiempo andariego, de Edita Rojas y en el libro de ensayo, Elvio Romero, La Fuerza de la Realidad,
de Ricardo Rubio. Un índice debe formar parte de un libro, porque no solo sirve
para ver el esqueleto del volumen, sino también que es la guía del lector.
La
poesía de Mónica Laneri (la poesía de hoy en Paraguay) nace sobre todo de la
calle, los bares, las plazas, la intemperie, pero también del recuerdo. Ella
tiende observar el mundo (no a imaginarlo) para explicar sus sentimientos y es
el mundo hecho poesía el que nos expresa el sentir de Laneri. El mundo es su
espejo.