Un
testimonio fruto de una vida de superación y luchas ofrece en su poesía la
poeta cubana Georgina Herrera (Jovellanos,
Matanzas, 1936). Una vida marcada por una infancia y una adolescencia difíciles;
creció en un hogar pobre donde la mujer no tenía voz ni voto. Fue con la poesía
que pudo alzar su voz. Con su poesía ha ido tocando de puerta en puerta, de
corazón en corazón, de conciencia en conciencia, no solo en la de los lectores
de su país, sino ha trascendido más allá de Cuba y ha llegado a España, donde
acaba de aparecer Estos ojos de mirarlo todo.
Una antología prologada por Aída
Elizabeth Falcón Montes. Es el primer libro con el que debuta la editorial
alicantina Libros de la Libélula Nómada,
que tiene puesta la mirada en los autores latinoamericanos, pues acaba de publicar
Perros
de ficción, del poeta
ecuatoriano Ernesto Carrión.
Estos
ojos de mirarlo todo consta de siete apartados: algunos poemas de los seis
libros de la autora más algunos inéditos. Todos ellos —seleccionados por la
propia Georgina Herrera— son una muestra fundamental de su labor creativa desde
1962 a
2016, año en que se le concede el Premio
Rafael Alberti por toda su obra.
Su
condición de mujer, negra y pobre, no le impidieron mantenerse firme ante el
dolor, la soledad, el machismo implantado por la tradición. Nuestra autora supo
que la única forma de luchar contra esa sociedad que oprime a la mujer —sobre
todo a la mujer negra— es a través de la cultura: lee, escribe, se nutre de
conocimientos para reflexionar y hacernos reflexionar. Hay ciertos rasgos
didácticos en los mensajes de sus versos. De ahí esa poesía que muchas veces
trata de darle la vuelta a los cuentos de hadas, a las canciones infantiles. Georgina
Herrera quiere desenmascarar cualquier tradición que menosprecia o humilla a la
mujer o transmita un mensaje que haga al ser humano más injusto.
En
sus obras se pueden apreciar los temas fundamentales, o que más la preocupan: la muerte (y la vida), la infancia, la
maternidad y la defensa de la mujer. Su poesía se caracteriza por la pulcritud,
la claridad y la sencillez. Pretende que todo el mundo la entienda porque sus
mensajes están dirigidos a todo el mundo. Su poesía nos recuerda a la de Szymborska. Solo que Georgina Herrera
es una defensora a ultranza de los derechos de la mujer en todos los ámbitos.
Para ella la realidad es más sorprendente y milagrosa. Por ejemplo, en el poema
«El parto», no cuenta con la cigüeña, encargada de traer los niños al mundo de
forma ficticia y fácil, porque Georgina Herrera prefiere el parto, el dolor de
donde nace el amor, un amor real. Reivindica la figura de la mujer como origen
de la vida.
Corrige
el mito de Adán y Eva, una historia inventada por hombres, lo desmitifica.
Niega que Eva haya nacido de la costilla de Adán: «Rueda la historia / contada
por Adán a su manera, dice / que desnuda la extrajo / de su costado, cuando /
en verdad llegó vestida / de cielo, tarde y cantos de mil pájaros.» Desde su
primer libro hasta el último, no dejará de defender a la mujer, por tanto, a la
esencia de la vida.
Georgina Herrera es una poeta que
tenemos que leer y releer y hacer llegar su voz a todos los lectores. Su poesía
podría salvarnos de nosotros mismos, de nuestras miserias humanas, de nuestras
injusticias. Leedla y podréis ver a la mujer y a la vida y a la poesía misma
con otros ojos. He aquí algunos poemas:
una mujer hermosa.
Una mujer que tiene
la más inmensa historia
por contar.
Todo el dolor que venga
será pequeño, comparado
a tanto amor creciendo en sus tamaños.
Con esos ojos de mirar la vida
se puede ver la muerte
como una estrella más
o como una
inmensa flor naciendo
entre los tibios brazos de la tierra.
DUELO
(II)
Todos los vientos soplaron
en contra de mi amor.
Brisitas,
huracanes,
torbellinos, todos
soplando en giros en contra
de mi amor.
Alisios,
terrales,
viento sur. Todos.
Todos los vientos soplaron,
soplan aún
en contra de mi amor.
Enloquecida,
busca refugio donde encuentre,
siempre lejos de mí.
Le estoy agradecida,
pero no siento lástima cuando
la Muerte, contrariada,
no entiende
el tibio olor de la vejez que asumo.
Pobrecita la Muerte.
Es tonta y triste,
se enrosca, se hace un bulto y carga
con él sobre la espalda, huye
cojeando…
Yo, ligera, cada vez más lejos
de su rumbo, pongo
una flor entre mis labios, echo
agua fresca sobre mi rostro,
juego
con
un zunzún a no agarrarlo
cuando
en verdad no puedo.
Así,
el tiempo que me queda
se
hace eterno.
Gracias
a la
Odiosa. Gracias…
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