Salvador Cabañas
Tintinea una bala en su cabeza.
Los vítores flamean en las gradas,
si el 10, el número que va en su espalda,
le inspira una jugada, una gambeta,
un caño, un centro de la muerte. Reza
el público contrario, pero avanza
la pelota en el aire, como bala
que viene del infierno, llega al área.
La duerme con el pecho y con el diestro
la pasa Santacruz a Salvador
que de nuevo la amaga y va de dos;
baila con el balón frente al arquero,
que sabe que llegó su hora. Que el Gol
quema huevos si lo mete Salvador.
Está buenísimo compatriota, excepcional homenaje al chava, al mariscal cómo lo llamábamos aquí en el Paraguay, su ausencia se hace sentir en el plantel.
ResponderEliminarGracias, Ubaldo. Me alegra que te guste el poema. A ver si pronto volvemos a tener un Mariscal. Un abrazo
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