Decía Ortega y Gasset que el poeta empieza donde el hombre acaba. Pero la
línea que divide uno y otro es difícil de precisar. Hay poetas que no buscan
crear un mundo nuevo (que no se sienten dioses), sino solamente ilustrarnos
sobre los deseos, los sueños, las vigilias, los viajes, es decir, sobre la vida
misma. Este es quizá el caso de Pablo Núñez (Langreo, 1980), cuyo libro Lo
que dejan los días fue galardonado con el XII Premio de Poesía Dionisia
García y acaba de ser publicado por la Universidad de Murcia.
Abundan las referencias literarias, pero el autor no se permite un atisbo
de ironía en todo el libro. El poeta parece buscar idéntico tono sobrio para el
conjunto de sus poemas.
Encontramos como temas la evocación del pasado –el poema es también
memoria, disco duro–, de la vida como algo cíclico, según ocurre en el poema “Vidas”:
“la mar que vuelve y vuelve sin dejar de irse”. Vemos cómo el poeta busca
romper el tópico de Heráclito de que ningún hombre se baña dos veces en el
mismo río. También en el poema “Plenitud”
contradice el tópico horaciano collige,
virgo, rosas. Pablo Núñez nos dice que no
nos preocupemos por coger las rosas, que nunca nos haga sufrir aquello que se
ha ido, “porque la plenitud / la alegría más pura de este instante / se esconde
en aceptar el tiempo y su camino”. No todo se ha perdido del pasado, pequeños
paraísos quedan en el recuerdo. “No canto lo perdido porque aún siguen / bien presentes su imagen y el designio / que habremos de cumplir.”, leemos en el
poema “El calor de la sombra”.
Los poemas son espejos de quien los escribe. Y en este
libro podemos ver a un gran lector de poemas, a uno que conversa con sus poetas
favoritos, los cita y los recita y piensa en ellos mientras camina. Porque la
literatura es un libro que cuando se abre acapara la vida misma del lector.
Es difícil no amar más la vida después de leer Lo
que dejan los días.
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