Más allá, Tánger
Álvaro Valverde
Tusquets, Barcelona,
2004
¿Quién no
se ha enamorado de una ciudad a la que no olvida y a la que desea volver
siempre? Los cincuenta poemas que conforman Más
allá, Tánger nos hablan de ese amor. Un libro en el que no aparece un
índice que nos guíe. Pero no hace falta
porque todos los poemas hablan de Tánger y tienen una coherencia narrativa. Toda
lectura es un viaje al pasado.
Como leemos en la solapa, en este
libro “se entrecruzan dos voces: la que podríamos llamar del narrador y la de una mujer, protagonista
del relato. Sí, un hilo narrativo
gobierna estos poemas que, por otra parte, no renuncian a ser lo que son:
poesía”. La poesía es la que nos guía, la que nos muestra la ciudad, la que nos
pierde, las que nos confunde de voz, la que nos lleva verso a verso hasta
Tánger.
En Más allá, Tánger, el recuerdo hace
presente todo lo que no se traga el olvido. Y es que, como decía Gibran, el
recuerdo es una forma de reencuentro.
Tánger renace en la memoria, como
en el poema 1 (ninguno lleva título); y en el 4, donde leemos: “Como a Venecia,
Valparaíso o Estambul, / sólo hay un modo de llegar a Tánger”, y no nos dice
cuál es ese único modo. Tal vez sea el recuerdo, esa especie de mar donde va a
parar muchas cosas de lo que vivimos. Ese mar que nunca muere.
Se nos
presenta la ciudad, siempre blanca, como si quisiera purificarla el poeta hasta
el punto de llegar a santificarla: “Una sábana al sol” (poema 5), “El blanco se
serena entre lo azul” (poema 8), etc.
ÁlvaroValverde a veces recurre a las referencias clásicas. Como en el poema 11:
“Cualquier calle da al mar. / Cualquiera, en consecuencia, / da al morir”,
evocación manriqueña. Pero por mar es la forma más fácil de llegar a Tánger.
El tono
narrativo de los poemas se adapta perfectamente a las descripciones de la ciudad.
En el poema 18, una simple avispa revolotea sobre una copa de ámbar dulce y que
huele a azahar, y le trae al poeta un recuerdo de la ciudad añorada. Cada
avispa le pica en el corazón, diría Rubén Darío.
En el poema
23, leemos la historia de la familia relacionada con Tánger. La madre era la
que más quería a la ciudad y el padre el que siempre deseaba irse de allí. El
narrador y la protagonista heredaron de la madre ese amor. Más adelante, en el
35, se puede leer que es la madre la que se acuerda todos los días “de su
ciudad perdida”. Pero el padre es uno de los protagonistas destacados del
relato, en el poema 25: “Vuelvo a ver a mi padre / con la cámara en el hombro /
a las puertas del Minzah. […] Aunque no veo su cara, / me mira con los ojos
encendidos”. El 31 nos cuenta que el padre llegó a Tánger a finales de los
treinta. “Como otros, venía / de perder una guerra.”. Es la historia de un
destierro este poema, como el 38, “Vinieron de un destierro / para
exiliarse en otro”. También el 48 nos
narra la historia de la Guerra Civil española, la separación de los seres
queridos y, finalmente, la huída.
En el 44,
en la habitación de un hotel, donde “la noche es un lugar interminable”,
rodeado de lujo y de mosquitos, el narrador piensa en Tánger y en el tiempo
(como Garcilaso): “[…] Lo bastante / para evocar al clásico y pararme / a
contemplar mi pobre estado”. Pero no es el sitio ni el momento adecuado para
eso, reflexiona. Decide aguardar al sueño que le ha de llevar a la ciudad que
añora tanto.
Como Lorca,
como Juan Ramón Jiménez y tantos otros, Álvaro Valverde dedica un libro de
poemas a una ciudad. Más allá, Tánger
es una forma de ver esa ciudad, de volver a ella, de quedarse allí para siempre.
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