En
mi regreso a Paraguay, uno de mis deseos era conocer a los escritores de mi
país. Recuerdo a uno especialmente, al maestro Osvaldo González Real (Asunción,
1938), que es poeta, ensayista, crítico de arte y unos de los mejores
narradores —especialista en el género de ciencia-ficción—, pero ante todo es un
sabio y un excelente conversador. Era la tarde del 19 de agosto y me acerqué
hasta la Casa del Bicentenario “Augusto Roa Bastos”, donde González Real desempeña
el cargo de Director. Todavía no había llegado y me entretuve recorriendo los
rincones de la Casa cultural, que también es una biblioteca dedicada a la
historia y a la literatura. Traía yo un libro de González Real, Memoria del exilio. Lo acababa de
adquirir en unas de las librerías de viejos, cerca de la Plaza Uruguaya.
Cuando
le avisaron que le estaba esperando, se adelantó a invitarme a un café. No pude
negarme. Era mi oportunidad de escucharlo y conversar con él. Así fue. Nos
sentamos en la terraza del Café Literario —que
también es una librería de viejo—.
Yo, interesado en su literatura, le comenté que me había gustado mucho su libro
El mesías que no fue y otros cuentos,
en especial el relato “Otra vez Adán”. Él, con su sonrisa afable, continúo
hablando de literatura paraguaya, y de su obra, claro. Recordamos a Carlos
Zubizarreta y su trayectoria literaria. Me dijo que fue su vecino, los dos
vivían cerca de la calle Perú. Me confesó también que existía un libro olvidado
que merecería volverse a editar. Era, si no recuerdo mal, Historia de Asunción. “Fue una especie de dandy asunceno”, dijo
mientras se tomaba su café. “Zubizarreta había leído mucho a Valle-Inclán,
Azorín, Ortega y Gasset…”, continuó diciéndome, como si estuviera dictando a un
alumno los deberes de clase. Yo lo escuchaba atento, efectivamente, como si estuviera
asistiendo a una sesión de literatura paraguaya.
En
su juventud había leído con atención a los poetas de la Generación del 27,
sobre todo a Cernuda. Su formación académica lo llevó a estudiar a los autores
anglosajones, de ahí que en su poesía se vea la influencia de T.S. Eliot, Ezra
Pound; había traducido a Ray Badbury también. Los citaba como si acabara de
leer y tuviera aún en su memoria algún que otro verso. Y es que algunas
traducciones las incluyó en Memoria del
exilio. Como ejemplo, los versos de “La figlia che piange”, de Eliot,
traducidos por Osvaldo González Real, dicen así:
Yérguete en el piso más
alto de la escalera—
recuéstate en un ánfora
de jardín—
teje, teje la luz del sol
en tu cabello—
ciñe tus flores con sorpresa
dolorida—
arrójalas al piso y
vuélvete
con un fugitivo
resentimiento en los ojos:
pero teje, teje la luz
del sol en tu cabello.
En
aquel encuentro, recordamos a Ernesto Cardenal, a quien había conocido en Cuba.
Hablamos de Casaccia, ese precursor de la novela moderna paraguaya. También
mencionó a Carlos Fuentes, quien había reseñado Yo el Supremo, creo que en el New
York Time. Y antes de despedirnos, me confesó su intención de volver a
reeditar Memoria del exilio. Yo no le
dije que tenía en mis manos, en ese momento, ese libro, publicado por la
desaparecida Alcándara. Se me pasó pedirle que me lo dedicara. Pero qué
importa, cuando lo más importante es un encuentro y la conversación de tú a tú
con el autor, con un poeta, con un sabio, con un maestro. Ese encuentro valía
mucho más que una firma. Cuando vuelva a Paraguay, me acercaré otra vez a
escucharle. Lo cierto es que lo que yo quisiera es ver una recopilación en
libro de todos los artículos —algunos muy interesantes sobre literatura y arte
paraguayo—. Y si fuera posible, me gustaría, si es que todavía no lo hizo, que
escribiera una memoria de su vida literaria, de los escritores y artistas que ha conocido. Sería un aporte muy
importante para los lectores y estudiosos de la historia literaria del Paraguay.
Antes
de abandonar el Café Literario, le entregué un ejemplar de los Cantos guaraníes, que se había publicado
en Asturias. Recuerdo que lo acompañé hasta la Casa del Centenario, esa tarde
se presentaba Memorial de agravios, de
Francisco Pérez-Maricevich. La presentación la hizo la poeta Renée Ferrer.
Cuando
vuelva a Paraguay, me tocará a mí pagar el café. En eso habíamos quedado. Espero
que para entonces tenga la oportunidad de leer más obras de Osvaldo González
Real.
Hoy,
en esta especie de exilio voluntario que muchos nos hemos sentido obligados a
elegir, releo los versos de Memoria del
exilio. Algunos poemas están inspirados en la tradición mítica guaraní,
rescatados por el poeta León Cadogán en el libro Ayvu Rapyta, ese canto y oración a la palabra. (Cadogán fue
antropólogo, pero yo lo llamo poeta porque considero que su traducción es
poesía pura, y en cualquier caso, todo traductor de poesía es poeta). En la
tradición guaraní, la palabra tenía un significado capital, porque con ella
cantaban y oraban y transmitían sus tradiciones. Para los mby’a guaraní, la
palabra era el Universo. Como dicen unos versos de González Real: “Porque Todo
es Palabra / y la Palabra es Todo”. Pero también influye en sus poemas otros libros
míticos, como el Chilam Balám, y la
literatura oriental. Copio aquí el poema “El gran rebelde”:
En los límites del mundo
—no lejos del mar—
a una escarpada roca
encadenado
—ladrón de la flor
resplandeciente—
espera un hombre.
Su libertador no ha
nacido aún.
Pero ya su gloria es eterna.
Estos
versos que hablan de Prometeo y del hombre que sueña conquistar su sueño, del
hombre que se ha mofado de los soñolientos dioses que se burlan con sus
silencios de las oraciones del huérfano, del exiliado en su tierra, son una
muestra de la voz de González Real, un poeta que trata de abarcar todas las
tradiciones.
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