Licenciada
en Filología Hispánica, máster en Literatura Española e Hispanoamericana, Celia
Corral Cañas es doctora en Literatura Española por la Universidad de Salamanca,
donde actualmente trabaja como profesora asociada. Ha obtenido varios premios
en narrativa corta, como además el primer premio de Poesía José Hierro (2015) y
el “III Premio Internacional de Poesía Jovellanos.” (2016), con su poema “La oscura
intimidad de la medusa”, en el que utiliza la enumeración caótica –tan
borgiana– y que resume perfectamente los temas y los mundos que la
caracterizan.
La voz del animal
bajo tu piel, como se lee en la contraportada, “es un pequeño
bestiario, una zoología poética”, donde “conviven criaturas” tanto de la
realidad como de la ficción (de la literatura, del cine, del comic, etc.).
Se
trata de una obra divida en tres partes, donde el verso que impera es el
endecasílabo. La segunda parte está compuesta de haikus. Así dice uno de ellos:
“Los grandes monstruos / que comerán tu carne / son diminutos”. O este que nos recuerda a Esopo, a
Caperucita Roja, no sé, a mucha literatura contenida en tres versos: “Lección
del zorro: / el bosque del amigo / se anda descalzo”.
La
mirada sapiencial del búho que nos observa desde la portada es la mirada de
Celia Corral, una mirada inteligente e intuitiva, como la de quien se deja
guiar por lo innato y natural, pero al mismo tiempo también por lo misterioso y
sorprendente. Los ojos de ese búho se fijan en los detalles pequeños y grandes,
y en los que pasan desapercibidos y no menos importantes. En todo se fija y
todo lo convierte en poesía. Por eso en este libro es difícil no encontrarse a uno
mismo, no sentirse ese animal aludido, esa bestia o esa presa.
La
mirada meditabunda, misteriosa y reflexiva del búho nos recuerda al famoso
poema “Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje” del mexicano Enrique
González Martínez. Este soneto y en especial los tercetos quizá definan un poco
más la esencia de la poesía de nuestra Celia Corral, que procura desentrañar la
esencia de las cosas: “Mira al sapiente búho cómo tiende las alas / desde el
Olimpo, deja el regazo de Palas / y posa en aquel árbol el vuelo taciturno… // Él
no tiene la gracia del cisne, más su inquieta // pupila, que se clava en la
sombra, interpreta / el misterioso libro del silencio nocturno”.
Nuestra
poeta ha sabido escucharse a sí misma para hablar de los demás, por eso este
libro conecta con nosotros desde el primer verso, que es una pregunta “¿Por qué
los animales?”, porque eso es lo que somos. Instinto que piensa y teme y sueña.
Algo de la medusa tenemos, cuya naturaleza, como dice Celia Corral, es
venganza; pero también algo divino y cruel.
Tras
la lectura de este poemario nos quedamos pensando que quizá en el fondo todo
poeta es un animal, una bestia que de vez en cuando da zarpazos al lector para
que espabile, para que abra los ojos y los sentidos y pueda percibir el mundo
como lo perciben los animales, como el único lugar donde se puede no vivir,
sino sobrevivir. De ahí que a veces se aprecie en este poemario una mirada
ecológica y de supervivencia, y podíamos añadir de moralista, como en este
haiku tan hobbesiano: “Es el humano / el peor animal / para el humano”.
Por
qué no repetir también que hay poemas en defensa del animal, incluido el hombre
como presa de los demás hombres. Lo hay, es un tema más que Celia Corral
convierte en poesía. Su pensamiento no se aleja de lo social. Habla de los
seres del océano, pero al mismo tiempo habla de nosotros, de nuestras luchas y
vicios, de nuestras diferencias.
Celia
Corral Cañas bebe de la poesía oriental en buena medida, de la Odisea, de Octavio Paz, de Borges, de
Bécquer, de Miguel Hernández, de Juego de
Tronos, de la inmarcesible piel de Khaleesi, de la sonrisa bonachona de
Totoro bajo la lluvia, de los cuentos de hadas, del comic, de los seres que
pueblan el planeta,… así seguiríamos hasta agotarnos. Lo repito, Celia Corral
tiene mucho mundo.
Solo
podríamos resumir la zoopoética de Celia Corral diciendo que con sus versos nos
ha podido desenmascarar y aclararnos un poco más quién somos realmente. Por eso
es inevitable no sentirse aludido en muchos poemas. Somos un animal rencoroso y
peligroso para el mundo que habitamos y que nos habita, ese mundo interior que
llevamos dentro y que a veces destruimos como un dios lleno de ira y confundido
con el sentido de la vida, como una divinidad que carece de cerebro y corazón.
Como dice Celia Corral en unos versos suyos, “todo ser es refugio o amenaza, /
depredador o presa, siempre estómago”,
insaciable estómago capaz de devorarse a sí mismo. Como en muchos poemas suyos,
el animal que habla suele ser un pez o un perro que es abandonado por su dueño
o un gato que se escapa de la jaula; para esos animales, nosotros somos las
bestias, como nos sugiere en el poema titulado precisamente “La bestia”.
La
poesía de Celia Corral habla de problemas reales con un tono de ironía a veces
(la insensibilidad del hombre ante el mundo que le rodea, el miedo que lo
convierte en bestia temible, etc.). Sabe perfectamente quién es el animal al
que debemos temer. Sus versos son dardos al corazón para que hagan efecto en la
conciencia nuestra, son tentáculos de medusa, el hilo invisible que teje
Ariadna y que lleva a la salida del laberinto en el que estamos perdidos.
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