Edita Rojas acaba de publicar
su primer libro de poemas: El tiempo andariego (Servilibro, Asunción,
2016). Un conjunto de treinta poemas que sirven para demostrar que la literatura
paraguaya no nace únicamente en Asunción y sus alrededores, sino que además hay
voces que se quieren hacer escuchar y lo hacen poco a poco en otras regiones
del país. Es el caso de Edita Rojas, que escribe desde su residencia en Coronel Oviedo (Caaguazú), donde en estos últimos tiempos se está realizando actividades
literarias que van encontrando eco por parte del público.
El tiempo andariego tiene dos caras: amor y dolor.
Estos
dos temas se van alternando en el libro. Los primeros poemas tienen un tono más
optimista y festivo. En “Vida”, Rojas nos dice que ya no mira hacia el pasado. Ha
tornado su mirada hacia el horizonte, hacia un mañana incierto pero
esperanzador. Sabe que el miedo es el único obstáculo. Aunque este poema canta
a la vida, alude también a la muerte: “Si viene un soplo vegetal / para qué
encerrar / mi alma”. Lo vegetal es lo perecedero, lo que muere. Para qué
esperar lo que va a llegar tarde o temprano.
Al
igual que el primer poema, el segundo comienza con un vocativo: Amor. En los versos
de este poema se sugiere lo erótico: “En mi huerto / la tierra canta / los
surcos liberan sus tristezas / y las noches se agitan”.
En
“Llegas”, el acto de amor pasa a ser poesía, inspiración, algo universal. Una
declaración que intenta no caer en lo cursi. Edita Rojas sorprende con el arte
de saber hilar los versos para no incurrir en lo ya dicho, en lo repetitivo.
A
medida que vamos avanzando en el libro, la voz que nos habla, como si ganara
confianza, se libera, y el amor, que
antes era pura sugerencia, se vuelve explícito erotismo, se desnuda y expresa
el fervor de la carne, como en “Grito” (“y mi cuerpo se extingue sereno / en tu
cuerpo”), “La flor de la pasión” (“mi cuerpo se vuelve poderoso / en tu cima”),
“Quién eres”…
Hay
que destacar la habilidad de Rojas para sugerir ideas mediante metáforas. Sabe que el poeta puede sacarle mucho
provecho al arte de sugerir, porque lo que se persigue es que el lector imagine,
complete, es decir, que sea un autor más del poema.
Hablando
de lo sugerente, las ilustraciones de Américo
Piñanez que acompañan los poemas enriquecen cada texto. Como la metáfora en
la poesía, la imagen (líneas, curvas, colores, etc.) sugiere un mundo
imaginativo muy rico. En este libro, las ilustraciones y los poemas forman una
buena combinación. Podríamos suponer que las ilustraciones fueron inspiradas en
los poemas, o viceversa.
El
amor, como otros temas, tiene muchas raíces. En “Vida, eternidad de un instante”,
se resigna a olvidar un amor que no se puede conservar, porque nos dice que a
veces amar es liberar a un amor no correspondido. O en “Quién eres?”, en el que
resuena la poesía de Bécquer,
explica que amar es esperar: “Eres tú?, te conozco acaso? // El que esperaba
desde siempre / vestido de lejanía”.
El
otro tema fundamental de este libro es el dolor. En “El dolor”, Edita Rojas nos
muestra que la presencia constante del sufrimiento, del dolor que queda
habitando nuestra memoria, también hiere porque es el dolor del alma. Esta
misma idea se expresa en “Dolor”: “Se escucha su alarido / desde el fondo / de
la tierra oscura”.
El
dolor y el amor se turnan para ocupar la vida. “Brota en la tempestad” expresa
que, en ocasiones, el dolor puede desterrar el amor. El dolor que causa el no
poder olvidar en “Cómo crece el dolor”.
Al final, tanta lucha por querer vivir tiene a veces sus momentos de renacer,
como la que se produce a partir de “Acaso eres”. El ánimo de la poeta se vuelve
más optimista. Como dicen los versos finales de este poema: “Un día, perdida en
el páramo / me alejé de tu jardín / y hoy vuelvo a ti”, vuelve con un amor más
fuerte.
Los temas de El tiempo andariego no cambian mucho. Aunque a veces
encontramos poemas escépticos ante la vida y la muerte (como el poema “Hace
tiempo”), otros más optimistas, en los que se desea aprovechar el presente. No
esperar nada más del futuro, sino vivir el ahora, poner en práctica el carpe diem (“Quiero vivir”), o intentar
buscar en el fondo mismo de la vida ese amor que creía muerto (“porque sé que
el amor / aún vive palpitante en mi corazón”).
El
tema del dolor aparece junto con el de la muerte, cuyo símbolo más claro es el silencio:
poemas como “Muere una paloma” y “Una muerte me ronda”. En “De mí brota la
sangre”, nos dice que el silencio se va apoderando de su voz, la voz que
cantaba a la vida y al amor. Otro tema, unido al de la muerte, es el del paso
del tiempo. Ya el mismo título del libro “El tiempo andariego” alude al inevitable
paso de los días y las horas. Pero el tiempo también es su aliado. En este
poema, por ejemplo, nos dice que le abrió los ojos, le hizo saber que no era correspondida.
El tiempo que todo lo arrasa, le curó las heridas y le enseñó a (re)vivir.
Los
poemas de este libro están escritos en verso libre, el ritmo de la lectura
fluye de manera natural y uno se deja llevar por cada verso hasta el final del
libro.
Estoy
seguro que El tiempo andariego irá madurando
con los años y su autora escribirá más y continuará su andadura literaria y
llegará a muchos lectores porque su poesía habla de la vida y de la muerte (y
del amor). Unos temas que comparte todo mundo.
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