viernes, 16 de diciembre de 2016

Jugar con fuego


 
Me preguntan qué libro publicado en este 2016 merecería ser destacado. Entre las mejores publicaciones del año, yo destacaría principalmente la recuperación en facsímil de los once números de la revista Jugar con fuego (Ediciones Ulises, 2016). Todos en un solo tomo. Una revista de poesía y crítica literaria, fundada y dirigida durante los años 1975 y 1981 por el poeta y crítico José Luis García Martín (Aldeanueva del Camino, Cáceres, 1950).
            Como una especie de Feijoo, radicado en un rincón de Avilés, se mantuvo al tanto de todas la novedades literarias. Para ser más exactos, no solo dirigió la revista, sino que escribió en gran medida todo el contenido, especialmente en los primeros números. Pero la parte crítica, que era (y sigue siéndolo hoy) la más destacada, estuvo íntegramente a cargo del genio de García Martín. Las reseñas llevaban la firma de Alfonso Sanz Echevarría y Bernardo Delgado, dos de los heterónimos del José Luis García Martín. Al principio nadie sabía que esos dos nombres eran los heterónimos de García Martín, un escritor pessoano, capaz de imitar los estilos de cualquier poeta. Un poeta camaleónico. Por suerte, hoy tenemos la ventaja de contar con las aclaraciones de Pablo Núñez, que hace la introducción del facsímil, para evitar hacernos un lío con los pseudónimos, lío que seguramente tuvieron los lectores de los años 70.
            La crítica de García Martín en estos últimos cuarenta años de poesía española se ha vuelto no solamente válida y objetiva, sino necesaria para el lector y también para el escritor mismo. Jugar con fuego quizá sea la obra maestra de García Martín. En ella se hizo conocer el primer libro de Víctor Botas y estudios sobre la poesía de autores del 50 y del 70 (como Ángel González, Ángel Crespo, José Ángel Valente, Francisco Brines y tantos otros) que forman parte ya de la historia de la literatura española contemporánea. Pero además en sus páginas aparecieron los poemas de Juan Luis Panero, Juan Gustavo Cobo Borda, José Kozer, etc.
            En el epílogo del facsímil, García Martín confiesa: «En Jugar con fuego, una revista que no dependía de nada ni de nadie, jugué a decir lo que muchos pensaban pero nadie decía, o solo lo decían en voz baja y entre amigos» (pág. 785). Lo cierto es que García Martín es uno de los últimos de su especie, un crítico valiente, de los que no venden gato por liebre al lector. Por eso es uno de los críticos más admirados (y temidos) de España. Con Jugar con fuego empezó todo y sus páginas siguen encandilando al lector de hoy en día. Como ayer mismo.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Tras las «migas» de Gabriel Insausti

 
Ya se sabe que los libros de aforismos no se leen, se picotean. Después de la lectura de cada aforismo, el lector ha de detenerse a pensar, a reír, a hacer algo o no hacer nada, pero no seguir leyendo inmediatamente para no atragantarse (lo recomendable es leerlo acompañado de un vaso de algún líquido, lo ideal sería agua o vino) o simplemente para evitar caer en el tedio.
Se sabe también que el aforismo es una forma de creación cuyo auge se vio impulsado por la lectura fugaz de los usuarios de las redes sociales. Anteriormente solo lo podíamos encontrar metido, como virutas, en medio de textos.
La mayoría de los escritores que utilizan las redes sociales publican de vez en cuando frases ingeniosas. Como el poeta Carlos Marzal, Karmelo Iribarren, Felipe Benítez Reyes, Manuel Neila, Enrique García-Máiquez, el cubano León Molina, etc. Todos ellos han recogido esas ocurrencias en libro. Pero hay muchos otros que no publican libros de aforismos y, sin embargo, suelen dejar entres sus prosas o poemas alguna línea para que el lector se sorprenda al leerlo, maestros como, José Luis García Martín (en alguna página de sus diarios leemos: «También para el amor propio debería existir el divorcio») o Javier Almuzara (en su maravilloso Catálogo de asombros abundan frases como «La belleza es imperfección con encanto»).
Este nuevo escaparate de las redes sociales ha llevado a algunas editoriales a crear una colección expresamente dedicada a este tipo de escritos. Solo por citar algunas: Renacimiento, Cuadernos de Vigía, La Isla de Siltolá. En esta salió publicado El hilo de la luz, del poeta y narrador Gabriel Insausti (San Sebastián, 1969), el último libro de aforismos que acabo de leer.
Los aforismos de Insausti, como la mayoría de los que he estado leyendo, oscilan entre la reflexión, la ocurrencia, lo chistoso y lo paradójico, a veces con un toque poético. Insausti es uno de los pocos autores de frases cortas que merece ser llamado aforista. Su libro, lleno de gracia, y buenas ocurrencias, es uno de los mejores libros de aforismo con los que he podido toparme. He aquí algunas «migas» como los llama el autor. A ver si te llevan, querido lector, hasta El hilo de la luz:

«¿Distraído? Es que estoy atento, pero a otras cosas».
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«Hacerte feliz, no: acompañar tu felicidad».
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«A veces el mejor insulto es una simple descripción».
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«En el poema es primero la cirugía y después el organismo».
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«El rencor es un boomerang».
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«No se pierde la fe, se cambia de dioses».
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«El que nunca ha tirado una piedra, que tire la primera piedra».
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«Pero, ¿cómo va a pensar claro un tipo llamado Confucio?».
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«Hay cosas de la vida en que buscar es el camino más rápido y seguro para no encontrar».
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«Las personas, al contrario que los objetos, cuanto más cerca se ven más pequeñas».
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«OBSTÁCULO: (sust.) dícese del pretexto que concedemos a nuestra pereza».
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«Cuando el amor se marchita cambiamos de amante. Quizá deberíamos cambiar de amor».
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«Envejecer es un lento striptease».
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«La mosca está convencida de que el tozudo es el cristal».
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«Lo increíble es que sea el periodismo el que tenga mala prensa».
            *
«El buen maestro enseña a no necesitar maestros».

 

 

 

jueves, 24 de noviembre de 2016

«Los hombres proyectan el futuro; las mujeres lo hacen»


Volver a casa con la frente cansada porque las calles te han venido siguiendo durante horas y no te han dado respiro. Abrir la nevera y coger la cerveza que está más a mano. Destaparla. Beber un sorbo y suspirar y sentir cómo la sed se retuerce en tu cuerpo y muere poco a poco. Que tu mujer, tu amiga, tu compañera en esta vida, te salude, te pregunte qué tal te ha ido, te consuele. Darle un beso a tu hijo y que el mundo sea otra vez un plácido presente. Dirigirse luego a la pequeña estantería de libros y coger uno al azar, uno que se lea enseguida, que no sea un mamotreto, que ese libro sea, por ejemplo, Casa de muñecas, de Henrik Ibsen, y sentarse luego junto a la ventana y beber el tercer sorbo de la callada cerveza. Empiezas la lectura y sientes cómo la sed y el cansancio se van apagando en ti. Porque las buenas historias y la buena literatura tienen ese algo que nos cautiva y nos cura a la vez: nos educa. Dejar la cerveza a un lado y sentirse cautivado por la alegría y el carisma de Nora, la protagonista principal de la obra. Sin darte cuenta, vas sintiendo una admiración, un amor hacia ese personaje. Te gusta porque ella quiere ser dueña de sí misma, quiere sentirse amada realmente y eso significa que la dejen libre. Quiere mantenerse erguida, con la frente en alto, sin que la tengan que cortar la cabeza. Ella consigue liberarse del hombre que no le deja ser feliz.
Pasan las horas y acabas el libro y al final te das cuenta de que todavía te queda media botella de cerveza y, aunque caliente, la acabas porque tu lectura ha acabado también. Nora decide irse de la casa conyugal y abandonar la cárcel que la aprisiona. Es una mujer valiente. La quieres aún más. Cuántas mujeres hoy podrían abandonar al hombre que las oprime, desasirse de esta sociedad que las estrangula. Y te dices: «Nunca antes te habías enamorado de un personaje literario». Nora me ha robado el corazón y ya no puedo dejar de pensar en ella. La verdad es que a cuántos lectores y lectoras les habrá robado el corazón este símbolo de la mujer libre, de la mujer que decide escapar de la opresión del marido, del que se cree el dueño de la casa y de la vida de su mujer, la que cría y cuida a sus hijos, su compañera. A cuántos habrá enseñado el final de este libro. Te gustaría que todas las mujeres fuesen como Nora.
El 25 de noviembre se celebra el día de la no violencia contra la mujer. Me quedo pensando, imaginando un mundo donde ellas sean tan libres como el hombre. Sin un moretón en el rostro, en el alma. Sin una lágrima de dolor y de abandono. Una mujer amada, que camine junto al hombre y no arrastrada por este y pisoteada por aquel.  Enseñemos a nuestros hijos que el machismo es uno de los delitos sociales que afectan a todo el mundo. Que no hay nada menos hombre que ser machista. Ya lo decía Rafael Barrett: «Los hombres proyectan el futuro; las mujeres lo hacen. Amadlas, y vuestros hijos encontrarán menos odio sobre la tierra. Si le hacéis traición se hará traición a vuestros hijos. Si no tenéis compasión de ellas, no habrá compasión para vuestros hijos. Si las abandonáis, abandonáis el mundo a la casualidad, y la casualidad no tiene entrañas».

 

domingo, 20 de noviembre de 2016

La cuna de los niños

 El sábado por la tarde, salimos a pasear con Martín. Le gusta respirar el aire de fuera y escuchar el ruido del mundo. Al igual que nosotros, se agobia si está mucho tiempo dentro de casa. ¡Qué pronto se ha acostumbrado a la vida! Llegamos a la Plaza del Conceyín de la Corredoria y allí compramos unas castañas asadas. Con este frío que ha llegado de repente, nada abriga mejor las manos (y el estómago vacío) que unas castañas asadas.
Hace poco más de un año que vivimos en La Corredoria. Recuerdo que, cuando nos mudamos aquí, empecé a añorar el bullicio del centro de Oviedo. Llevo cambiando de piso más de cinco veces en estos ocho años que llevo en Asturias. Al principio se me hacía fácil. No tenía tantas cosas con que cargar, un poco de ropa y algunos libros. Al pasar los años, he ido adquiriendo más y más cachivaches, de los que ahora cuesta despegarse. Sobre todo, algunas ediciones de libros que con el tiempo aprendes a valorar, la mayoría encontrados en librerías de viejo. Los he adoptado para que vivan conmigo y hacerme las tardes un poco más llevaderas.
Ya en nuestro nuevo hogar (y con un arrendador generoso: especie en vía de extinción), un piso nuevo, sin humedad, soleado, poco a poco la sonrisa y la ilusión fueron apoderándose de nuestro ánimo. Me di cuenta de que en la misma manzana donde vivimos había muchas parejas jóvenes, como nosotros, la mayoría con hijos. Y fueron los niños, jugando en la pequeña plaza, los que nos devolvieron de alguna manera la ilusión. Me olvidé de los bocinazos y rugidos de motores, a los que ya me había acostumbrado en el centro de Oviedo. Ahora era la algarabía de la infancia la que entraba por la ventana y recorría los pasillos de nuestra casa, animándonos. Y sí, la paternidad es contagiosa también. Un año después, nos hemos convertido en padres. ¡Quién nos lo iba a decir! Ahora recorro las calles empujando un carrito de bebé, es el carro de mi vida además. Y es que La Corredoria es como la guardería de Oviedo. Sus plazas, sus calles están llenas de carritos de bebés y niños que van de la mano de los padres. La semana pasada, Marta fue a visitar a su matrona y esta le comentó que en una semana tuvo treinta nuevos embarazos.

Yo no sé si el sosiego, la tranquilidad de los bares, la felicidad en los parques, lo que hace que este mi nuevo barrio se convierta en el lugar donde me gustaría vivir muchos años. Un barrio joven, fértil, que pese a la crisis, de su tierra brotan los nuevos edificios y se extienden más y más. Eso sí, la mayoría todavía vacíos porque no todos pueden comprarse un piso. Parece que los niños no traen solo el pan bajo el brazo, sino también la casa. Los niños son misteriosos, como si vinieran de otro planeta y que ya lo tuvieran todo planeado.
Me gusta abrir la ventana y que el sonido que entra por ella sea la algarabía de la infancia en el parque, ese mundo joven que rejuvenece la casa entera y a los que en ella viven.
 Mientras recorro el barrio, Martín duerme al ser mecido, unos gritos de niños en la plaza lo despierta. Martín abre los ojos y mira fijamente su alrededor. Le digo que me gustaría seguir viviendo aquí, no porque odie ya cambiar de casa, sino porque me gusta este sitio, me gusta la biblioteca «El Cortijo», rodeado de jardín y de gente. Y a donde pronto te llevaré, pequeño gigante. Me quedo sentado en un banco de la Plaza Conceyín, saco el libro de poemas Carrusel, de Iona Gruia y le leo a Martín los versos: «Busco tu mano en la noche, / tu minúscula mano, / tu mano de bebé, talismán mío, / para escapar de oscuros pensamientos». Y sí, amigos, los niños nos salvan de nosotros mismos.

 

martes, 15 de noviembre de 2016

#ParaCadaNiño

Nada cura mejor la tristeza que la felicidad de un niño.
Por eso quiero que les dejemos un planeta donde puedan aprender jugando
a ser hombres y mujeres de bien,
protegidos por el amor de sus padres y de toda la sociedad.
Por eso quiero que hereden un mundo con los colores de la vida:
con mares y aires limpios, con bosques en todo su esplendor,
un mundo que sea todo él un jardín para la infancia.
 
 

viernes, 4 de noviembre de 2016

Leonardo DiCaptrio, Capitán Planeta



Al final esto del calentamiento global o del efecto invernadero, de la destrucción del planeta, nuestro hogar, es un hecho real y no simplemente la imagen que visualizamos en una película de la guerra de los mundos. Creía yo, como la mayoría de la gente, que era un cuento que inventaron para distraernos o para llenar los manuales de ciencias naturales. Supongo que este clima primaveral que tenemos hoy en Asturias en pleno noviembre, es una muestra del cambio climático que debería preocuparnos. Lo mismo los terremotos, las inundaciones, las sequías más atroces en lugares donde nunca llueve, etc. Todo esta inestabilidad del planeta puede empeorar si no hacemos algo ya.
El domingo por la noche proyectaron en National Geographic el documental Before de Flood, de Leonardo DiCaprio, en el cual trataba de concienciar (una más del millón de voces que claman en el desierto) de los daños que estamos causando al planeta.
No estuvo mal el documental. DiCaprio, no solo un reconocido actor, sino sobre todo un hombre preocupado por el medioambiente –como un Capitán Planeta y Mensajero de la Paz–, recorre el mundo entrevistando a científicos y líderes políticos sobre el asunto.
Hay cierto optimismo en su mensaje: todavía estamos a tiempo de recuperar nuestro planeta, no solo para nosotros, sino para nuestros hijos y nietos. Ellos también podrían contemplar los mismos paisajes que hoy aún podemos disfrutar, podrán esquiar en la nieve, pasear por los bosques, bañarse en un arroyo tropical, etc. Y evitar así también la extinción de muchos animales, aunque algunos inevitablemente ya han desaparecido del planeta.
 Aún hay tiempo para mejorar o al menos retrasar el apocalipsis planetario, nos dice DiCaprio. ¿Qué podemos hacer? Lo primero es cambiar nosotros mismos –ya lo sé, suena a topicazo–, pero es algo no siempre difícil de realizar–. Por ejemplo, podemos cambiar nuestra dieta. Consumir pollo es menos contaminante que consumir carne de vacuno, ya que esta emite más metano a la atmosfera, uno de los gases del efecto invernadero.
Before de Flood nos enseña que las decisiones que tomamos en la vida marcan el destino del planeta. Una simple acción como evitar consumir productos que contengan aceite de palma ayudaría a evitar que se sigan talando los grandes bosques asiáticos, unos de los pulmones del planeta y hábitat de los orangutanes. O a la hora de las elecciones votar a un partido cuyo programa contengan proyectos de protección medioambiental, etc. El resto se nos enseña en las escuelas: cómo reciclar y evitar contaminar el ambiente, etc. Puede que no estemos de acuerdo a la hora de proteger a los toros de los toreros y de las encerronas, pero de proteger nuestro aire, y nuestra agua, nuestra casa común, en eso no podemos estar en desacuerdo. Pero todo esto ya se nos viene contando desde hace décadas. Lo que pasa es que no actuamos. Lo hacemos una vez y luego lo dejamos. Lo que quiere el documental es que el cuidado y la responsabilidad medioambiental sean un hábito, una manera de vivir.
La imagen de Halloween que más debería aterrorizarnos es el paisaje apocalíptico que podemos dejar a nuestras generaciones si no actuamos a tiempo.  
 
Se puede ver el documental en:
 

martes, 1 de noviembre de 2016

Hijo

Solo dos sílabas tiene la palabra "hijo". Pero ahora que la pronuncio para llamarte, mientras te observo despertar lentamente, ahora esta palabra parece (es) inmensa. Acapara todo el libro que estoy escribiendo, el libro de mi vida. Buenos días, hijo.

domingo, 30 de octubre de 2016

La poesía de Mónica Laneri



La poesía, la joven poesía paraguaya, todavía está por descubrir para los propios lectores paraguayos. En este siglo XXI, van apareciendo nuevas voces que pueden ofrecernos un testimonio del tiempo que nos está tocando vivir. Notamos la búsqueda de nuevos estilos. Lejos queda ya la mirada modernista que tanto ha influido a los poetas paraguayos. No estaba mal, pero a la larga se volvía cansina. Hoy nos encontramos frente a una generación que busca experimentar nuevas maneras de hacer poesía. Para ello dejan de imaginar un mundo ideal y alejado de la vida cotidiana. Ahora la realidad presente acapara la poesía, no necesariamente de tema social, es decir, combativa y patriótica. Lo que se percibe es una poesía  que acapara las calles, las plazas, los bares, y a veces las escuelas y colegios. Eso se está viendo en Asunción. Es la señal de libertad poética. Se está perdiendo el miedo y la timidez (como se dice en Paraguay: lo koygua) a expresarse. La seguridad en sí mismo es señal de libertad.
Una de las voces de la nueva poesía paraguaya es sin duda Mónica Laneri (Asunción, 1971), que acaba de publicar Razón psiquiátrica (Servilibro, 2016), con prólogo de Osvaldo González Real e ilustraciones de Diego Pusineri. No es el primer libro de Laneri, entre sus obras podemos citar Versos horizontales (2001), Eras dios y te hice hombre (2003), etc.
Si en el siglo pasado el modelo principal para el poeta paraguayo eran Rubén Darío y otros poetas modernistas, ahora la influencia viene de la misma cantera paraguaya (Susy Delgado, Renée Ferrer, Herib Campos Cervera, Elvio Romero…), sin dejar de lado a los poetas extranjeros, como Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Leopoldo Panero, Benedetti, y la presencia de Charles Bukowski, en el caso de la poética de Laneri.
En el fondo todo poeta es un buscador, juega buscando una nueva manera de decir lo ya dicho y de llegar, como en una mina, a lo más oscuro y profundo (quizás lo más puro) de los sentimientos, donde está el diamante, el significado nuevo de la vida que quiere expresarnos. En Razón psiquiátrica, se puede observar ese afán por rebuscar, como dicen los versos “destrozar el poema, / llegar al fondo del sentimiento, / purgar palabras por el verso cometido”. De ahí la manera de señalar explícitamente con un guión prefijos (“in-”, “des-”), que aparecen en la mayoría de los poemas. Laneri busca darle un giro nuevo a las palabras, otro sentido a los significados, a los sonidos incluso. Su escritura, en la cual se experimenta, nos recuerda al César Vallejo de Trilce. Nótese el uso constante de las mayúsculas, los guiones en vez de comas, los paréntesis, los dígitos, los puntos suspensivos, etc. Y es que Laneri a lo que aspira es a demostrarnos que su poesía transmite una libertad expresiva inspiradora. La suya es una poesía que se deja llevar incluso por lo subconsciente, una poesía libre de ataduras, de influencias claras. Es como si quien escribiera algunos de los versos fuera el subconsciente de la autora, que se deja guiar por esa voz que suena –metafóricamente hablando– en un estado de leve borrachera. No pretende que la entendamos, solo quiere que sintamos lo que producen en nosotros las palabras: “Cuando entienda lo que digo, / ese día, / dejaré de escribir / (llegará la recompensa)”. Destaca sobre todo el uso de los guiones entre las palabras. Un guion que parece un puente entre cada término que nos sugieren una forma inusual de inducir ideas a nuestra imaginación: “Decimos miedo / y decimos dejar de amar, / de amar-nos. / Decimos miedo / y decimos dejar de intentar, / de intentar-nos”.
Muchos versos reflejan lo contradictorio, lo paradójico. Es otra forma de buscar nuevos sentidos. “Nadie sabe de nadie / y todos saben de todos”, “El camino es solo aquello que nos / pierde”, “A veces, negar es afirmar”, “Cómo salir / de esta salida / sin callejón”, etc. Sus versos no solo buscan contradecir lo lógico, sino también lo que se nos impone como tradición: “Hay que besar la vida / para que un príncipe / se transforme en sapo”. Llega incluso a la negación de Dios: “Dios está muerto / y, la poesía, / -simplemente- reposa, / expectante, / hasta la hora / del orgasmo”. Dios es un cadáver que pudre al hombre. Más que un cadáver es una prisión.  
Quizá lo que Mónica Laneri busca es no solo encontrar nuevos significados a las palabras, sino a la propia realidad, al presente que le toca vivir. Niega su ahora y a sí misma: “Esto que vez, / y que soy / o, más bien, no soy”.  Su mirada es la de uno que observa el mundo y que trata de desdibujarlo, cambiando sus matices, contradiciéndolo constantemente. Además en los últimos poemas nos habla de volver: “Regresar / es borrar huellas / con abrazos”. Esa vuelta es aprender de los errores y terrores, por eso aclara: “Regresar / no es volver / sobre los pasos”. Es volver con otra forma de pensar, con otra forma de escribir. Prescinde mucho de los adjetivos, que más que decorar, cubren, tapan lo real. No se empeña nuestra poeta en adornar sus versos, la mayoría de los cuales no supera las cinco sílabas. La lectura avanza entre pausas, silencios.
Resulta curioso que las ediciones de Servilibro, sobre todo de poesía, no lleven índice, como en este caso y también en El tiempo andariego, de Edita Rojas y en el libro de ensayo, Elvio Romero, La Fuerza de la Realidad, de Ricardo Rubio. Un índice debe formar parte de un libro, porque no solo sirve para ver el esqueleto del volumen, sino también que es la guía del lector.
La poesía de Mónica Laneri (la poesía de hoy en Paraguay) nace sobre todo de la calle, los bares, las plazas, la intemperie, pero también del recuerdo. Ella tiende observar el mundo (no a imaginarlo) para explicar sus sentimientos y es el mundo hecho poesía el que nos expresa el sentir de Laneri. El mundo es su espejo.

 

 

jueves, 27 de octubre de 2016

Elogio al poroto


El sabor de una comida puede transportarnos en el tiempo. A veces no sabemos lo que guardamos en la memoria, hasta que un toque de los sentidos abre la puerta de los días que creíamos olvidados. Esta semana he vuelto a probar, tras muchos años sin hacerlo, un plato de kumandá (o poroto), que me ha llevado a Depósito Cué, un rincón caaguaceño.
Cuando era niño, recuerdo que una anciana, llamada Ña Lucila, me invitaba a comer, especialmente cuando cocinaba kumandá, mi comida favorita. Nada más salir de la escuela, iba corriendo a su casa. Yo siempre le decía que su kumandá arró era la mejor comida del mundo. “Lo hago con amor”, decía mientras comíamos. “Durante la noche lo dejo en agua y lo saco fuera, al cerrazón, para que las estrellas bendigan cada grano”. Yo la escuchaba como si estuviera contándome un cuento. Creía que algo mágico tenía su comida. Y sí, tenía algo milagroso, podía saciar el hambre durante horas. “Come más. Ne akãmeguara iporã, nemoarandúta”, repetía. Yo no dejaba que me insistiera.
Yo no entendía cómo algunas personas se quejaban si sus mamás les cocinaban poroto. Se hacían las fifís, las sofisticadas. Decían que solo los campesinos debían comer poroto. Para mí, el kumandá era (y es) lo más sagrado.
Aquí, tan lejos de Paraguay, podemos conseguir kumandá en algún supermercado. Esta semana, Marta ha cocinado poroto. Nada más llegar y abrir la puerta de casa, me recibió el olor de mi infancia. En la mesa vi los rojos porotos en el caldo, el color de mi tierra.
El sabor de una comida puede transportarte muy lejos. Si algún día vuelvo a Paraguay, estoy seguro que si pruebo por casualidad un plato de fabes, lo primero que recordaré es Asturias y su gente.

[Publicado en Guaydelparaguay, año 2, nº 1]

jueves, 20 de octubre de 2016

Los aforismos de Santiago Ramón y Cajal


Entre cambio de pañales, nanas, gruñidos, bostezos, llantos, biberones y sueños de mi hijo recién nacido, de vez en cuando, picoteo alguna delicia en Aforismos y charlas de café de Santiago Ramón y Cajal.
            El libro ha sido editado por otro excelente aforista, Manuel Neila, que dirige la colección «A la mínima» de la editorial Renacimiento. Dicha colección tiene en su lista a  clásicos del género, como Oscar Wilde, Vauvenargues, Pessoa, Antonio Machado, Rafael Barrett, y también a algunos de los mejores aforistas contemporáneos: Dionisia García, Ramón Eder, Gabriel Insausti, incluido el propio Neila, que cada día nos regala una reflexión en su cuenta del Facebook: «La riqueza del desarrollo a costa de la miseria de sus alrededores acaba por volverse una riqueza miserable», «Lo malo de los de abajo, todo hay que decirlo, es que muchos aspiran no a ser justos, sino a ser de los de arriba». No todo lo uno que lee en las redes es desdeñable. Quién mejor que Manuel Neila para estar al frente de tan selecta colección.
Aforismos y charlas de café es un libro dividido en once capítulos, que tratan sobre la amistad, el amor, la vejez, la muerte, la inmortalidad, el talento, la conversación, la opinión, el carácter, las costumbres y las mujeres. Bastantes de los aforismos sobre la mujer son misóginos, pertenecen a una mentalidad de otra época, de la que poco a poco queremos alejarnos. Las reflexiones sobre este asunto no creo que ayuden a que el lector contemporáneo se acerque a los aforismos de Ramón y Cajal. Más bien nos hace dudar de la verdadera inteligencia del premio Nobel español. He tenido que torcer el ceño y pasar rápido de página cuando hablaba de mujeres.
Sin embargo, más allá de este tema, Aforismos y charlas de café es un librito inmenso, con reflexiones agudas, la mayoría vigentes y aplicables hoy en día, que nos abren un poco más la mente, pero también nos ayuda a entender que no hemos evolucionado demasiado en determinadas materias, sobre todo en lo que tiene que ver con las relaciones literarias, la amistad, el amor, etc. Muchas de las reflexiones que encontramos aquí son ideas que permanecen constante en el tiempo, porque bien ha dicho Ramón y Cajal, las buenas ideas son inmortales, yo agregaría que también las malas costumbres.
Qué mejor compañía para hacer más llevaderas mis obligaciones paternales. Quizá todo libro de aforismos trata de ser, en buena parte, un libro de autoayuda: «Si hay algo en nosotros verdaderamente divino, es la voluntad. Por ella afirmamos la personalidad, templamos el carácter, desafiamos la adversidad, corregimos el cerebro y nos superamos diariamente».
Después de leer este volumen, no sé si podemos decir que salimos más sabios, pero podemos asegurar que sí nos volvemos un poco más desconfiados. He aquí algunos aforismos:

«De todas las reacciones posibles ante una injuria, la más hábil y económica es el silencio».

«Apártate progresivamente –sin rupturas violentas– del amigo para quien representas un medio en vez de un fin».

«Hay pocos lazos de amistad tan fuertes que no puedan ser cortados por un cabello de mujer».

«No huyas de las mujeres durante la juventud, si no quieres correr ridículamente tras de ellas en la vejez».

«Al modo de las cordilleras, que en días grises parecen más alejadas que en días claros, ciertos talentos se envuelven en nubes para semejar profundos».

«Conócense infinitas clases de necios; la más deplorable es la de los parlanchines empeñados en demostrar que tienen talento».

«No hay mayor enemigo del ingenio que el mal genio».

«Lo que entra en la mente por vía de razonamiento, cabe ser corregido; lo admitido por fe, casi nunca».

«La verdad es un ácido corrosivo que salpica casi siempre al que lo maneja».

«Te quejas de las censuras de tus maestros, émulos y adversarios, cuando debieras agradecerlos; sus golpes no te hieren, te esculpen».

«Comparables a la ola, que rompe impetuosa en la playa, son muchos escritores: mucha espuma y poco fondo».

«El silencio de los envidiosos es el mejor elogio a que puede aspirar un autor».

            «Hay tres clases de políticos: los que enaltecen la Patria, los que la sirven y los que la explotan».

miércoles, 12 de octubre de 2016

A mi hijo

Acaba de nacer y lo primero que ha hecho fue bostezar. Habrá pensado: «¡Mba! ¿Y esto es la Vida?». Finalmente se puso a llorar.
Martín, no llores. Es la vida que entra en ti en cada aliento. Deja que sacuda tu corazón, que infle tus pulmones, que llene de luz tus ojos negros, que cicatrice la piel que te abriga, que fortalezca tus huesos.
Martín, hijo, deja que la vida te acaricie para que vayas acostumbrándote a su tacto. Pronto entenderás que, como las personas, la vida cambia continuamente. Un día te tratará de forma más tosca, te pinchará las manos y los pies, te pondrá corona de espinas, te empujará hasta caerte, hasta derribarte, te hará sentirte solo. Otros días, se presentará mansa como el orbayu en verano para llenarte de luz y estarás feliz sin saber porqué y sentirás que todo lo que existe en el mundo fue hecho para ti. Te ayudará a levantarte en las caídas. La vida, como las personas, tiene muchos rostros y tendrás que ir acostumbrándote a ellos. No te asustes si un día lo has perdido todo y crees que en el futuro tus sueños no están. Recuerda que llegaste desnudo al mundo y que todo lo que tienes es ganancia. Tú sigue caminando y piensa que el futuro nunca llega. Que lo más importante es haber nacido para descubrir el amor de tu madre, que juro que te quiere más que a su vida. Descubrirás que es maravilloso sentir el viento, una mirada bondadosa, la luz en la piel. Es la caricia de la vida.
Algún día visitarás la patria de tus padres y podrás escuchar el chillido de la cigarra en los naranjos, la risa de tus amigos, de tus seres queridos. Es el canto de la vida. ¿No es maravilloso sentir el olor de la cebolla frita inundando el hogar, el olor de la rosa, del pasto recién cortado, de un libro viejo, hojeado un siglo después y que fue leído por cientos de lectores? Es el olor de la vida.  Y si acaso llegaras a mi edad y siguieras preguntándote, como yo, qué es la vida. Te diré que preguntes a tu madre, ella te responderás que la vida eres tú. Algún día lo comprenderás. Ahora todavía la vida tiene un sabor nuevo para ti. Descubrirás la lluvia y la mirarás, como yo ahora, desde la ventana. No te enfades si te empapas alguna vez, la lluvia es la ducha de los días. Y quizás no pienses en la vida hasta que seas por fin, como yo, un padre, que ve a su hijo por primera vez iluminar su mundo. Ahora mismo ya sabes a qué sabe una caricia, la luz, el viento, pronto, sabrás lo que es una caída. Es un truco que usa la vida para ponernos fuertes y enseñarnos a ser independiente. Pronto sabrás a qué sabe el limón y el sabor de la manzana al horno. Sabrás lo que es, si sales a tu padre, emborracharse con la sonrisa de su amada, y a veces, solo a veces, con una botella de vino tinto y un par de poemas.
¡Dios mío, Martín! Tantas cosas te aguardan en la vida. Alegrías, llantos, viajes, sueños, amores. Aunque no los sepas aún, te digo que los días se suceden para que tú sueñes y crezcas, para que tú vuelvas a abrir los ojos cada mañana y podamos nosotros abrir los nuestros, y puedas maravillarte, como yo, con cada día. Descubrirás que algunos sueños no se cumplen durmiendo, sino que tienes que estar muy despierto para conquistarlos.
Hijo mío, no llores más y deja que la vida te acaricie con nuestras manos.

sábado, 8 de octubre de 2016

Cómo se llega a ser un mendigo


 
El hombre antes de saberse un mendigo de verdad, empieza soñando con una vida feliz, con casa e hijos y una esposa. Primero pasa un tiempo mendigando, solicitando un trabajo. Bueno, antes acaba los estudios, luego se pone a buscar laburo con la ilusión de que le van a abrir todas las puertas del mundo con su nuevo título. Después de un año, se tiene que marchar del país porque está cansado ya de mendigar un puesto para lo que se ha preparado toda la vida. Pero si el mendigo apenas tiene un graduado escolar o no lo tiene siquiera, entonces la cosa se pone más difícil. No puede salir siquiera de España. Ya no existe la América donde fueron sus abuelos y volvieron con algo para vivir. Así pues, después de llevar varios años al paro y de haber perdido a los amigos, a la familia y al futuro de una democracia que brillaba esperanzador para la nueva generación a la que él pertenece, después de haber pasado por varias etapas de desesperación, después de perder hasta la misma vergüenza, decide salir a mendigar como un verdadero vagabundo.
Se deja un poco de barba, coge un gorro y sale a la calle a pedir a todo el mundo unos céntimos. Después de unas semanas, pierde también la voz. Le sale ronca y seca. Las palabras se le atascan en la garganta como un pan seco. Entonces decide arrodillarse frente a una Iglesia, tendiendo las dos vacías manos y bajando la cabeza hacia el suelo. Incluso aguanta unos días de lluvia en esa incómoda posición. Pero las rodillas se le ampollan y renuncia a estar arrodillado. Decide una vez más que no se va a rendir y que va a morir parado, como un verdadero soldado. Finalmente se le ocurre escribir un pequeño cartel. Busca un trozo de cartón en un cubo de basura y, con un boli que pide prestado a uno de la ONCE, escribe: “Llevo cinco años en paro. Necesito ayuda para vivir.” Otros escriben: “Tengo cinco hijos que alimentar. Me han desahuciado. Necesito ayuda  para mantenerlos”. Se coloca junto a la entrada de un supermercado o la estación del tren.  Alguno más ingenuo se coloca junto a un banco. Si tiene suerte, un perro callejero le hará compañía. Será el único en escuchar su queja. El único en compadecerse de su situación. Será el único que le hará entender que no es el único perro abandonado.
            No todos los mendigos que vemos por las calles españolas son españoles. En realidad todos los mendigos son iguales. Es como si todos perteneciesen a un mismo país de miserias. Decía que no todos hablan castellano. Algunos vienen de otros lugares pensando que aquí la sociedad tiene un corazón más caritativo, pero no saben que por la vena de todos los seres humanos corre la misma sangre ingrata. El mendigo extranjero, lo primero que cree descubrir es que si no pone en su cartel que es de la vieja Castilla, es decir, español antiguo, quizá nadie le eche un céntimo a los pies. Sabrá que aquí en España, incluso para ser mendigo es necesario solicitar la nacionalidad. Sabrá que si no la tiene, puede que pronto se le culpe a él por el paro y la crisis del país. Así que escribirá: “Soy español, llevo en paro cinco años, me han desahuciado, tengo tres hijas…”. Cree que lo más importante de todo es que ponga que es español. Pobre de él si pone eso en las calles de Barcelona. Allí tendrá que poner que es catalán; y si está en Asturias, que es asturiano hasta la sexta generación. Pero me temo que tampoco le salvará ninguna bandera. La verdadera caridad no ve el idioma que hablas, no ve de qué lugar procedes. Solo se fija en ayudarte, aunque cada día se está volviendo más miope.  
            Al final, da igual que sea extranjero o no, el mendigo vivirá en la indiferencia, como un ente invisible, sin rostro, porque nadie se atreve a mirarle a la cara. La gente tiene miedo de ver reflejado en el vagabundo su propio futuro. El mendigo dejará que los días grises caigan sobre su cuerpo como cáscaras de otoño. Los niños le tendrán un miedo y tendrán pesadillas con él. El mendigo se despojará de todo. Solo nos quedará la sensación de que no le preocupa nada, de que no tiene ningún problema que le aqueje (renta, hipotecas, vacaciones, etc.). Tendremos la sensación de que se ha convertido en santo, que busca cada noche para dormir el recinto de un cajero automático. Sabe que allí estará más cerca del dinero. Y en sueños puede que perciba el vago olor del euro, del peso, del yen, del guaraní, del dólar… del dinero. El olor que cree había olvidado. Él no tiene dudas de que el dinero sí da la felicidad.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Omano ohóvo, se me muere mi lengua materna


Solo aquel que ha vivido muchos años en una sociedad distinta a la suya –y para sobrevivir ha tenido que adaptarse a otra cultura, a otras lenguas, a otras costumbres– sabe lo que es ir perdiendo la lengua materna. Yo creía que la mía viviría conmigo hasta el último día de mi vida, pero me temo que no va a ser. Siento decirlo, también ella me va dejando huérfano. Aún no lo ha hecho del todo, pero he perdido la costumbre de hablarla con agilidad. He olvidado algunos vocablos y he perdido la capacidad de escribir sin mirar el diccionario, como si estuviera redactando en una lengua extranjera.
La semana pasada se celebraba en mi país el “Guarani ára”, el día de la lengua guaraní, que es, junto al español, el idioma oficial del Paraguay.
No hace mucho, al decir que era bilingüe, me preguntaron si yo pensaba en guaraní o en español. Les respondí que la mayor parte del tiempo lo hago en la lengua cervantina. Esto no siempre fue así. Llevo casi nueve años en España, pero llevo fuera de Paraguay más de diez años. Desde el primer momento en que llegué a este país, lo primero que hice fue acercarme a la gente de aquí. No me encerré en mi habitación, con mi lengua. Pese a mi timidez, necesitaba salir fuera y buscar el modo de ganarme la vida. Mi primer jefe era de un pueblo de Grado, y hablaba medio español y medio bable. Y el acento asturiano es, después del aserehe, lo más pegadizo que hay. Enseguida adquirí el acento asturiano. Mi lengua materna, el guaraní, el que acaparaba mi vocabulario personal, se fue apagando poco a poco como una fogata al que le falta oxígeno. No la usaba mucho.
Hace cuatro años mi pensamiento empezó a producirse casi solo en español. Antes, cuando iba caminando solo al trabajo o paseando por la ciudad o el parque, solía ir murmurando en guaraní. Ahora lo hago en español y no me doy cuenta. Para colmo, hasta me enfado en castellano. Y como los españoles, suelo decir “tacos” o palabrotas en castellano.
Estoy seguro que la gente que nunca ha vivido fuera del Paraguay no entenderán la situación de los que estamos viviendo en el extranjero. Te empiezan a criticar y a tachar de “kupera” si por si acaso tienes acento argentino, o dices las coletillas que usan los argentinos, como “viste?”, “boludo” y cosas así. O si como en mi caso dices, al igual que los españoles, “mola un montón”, “hala”, “si, ho”, “cojones”, “Ye verdad”, o simplemente pronuncias un poco más la zeta, tus paisanos te empezarán a mirar raro y a refunfuñar como si fueras un extraño. Y es que acaso ya eres un extraño para ellos. Ay amigo, se ríe de las heridas quien no las ha sufrido jamás.
Con tal de intentar evitar sentirme un extranjero en mi tierra, lo que hago es hablar en guaraní, aunque ya lo hable mal. ¡Y yo que era tan guarango! Y aun así te critican y para colmo, lo hace gente que nunca habla en guaraní.
Muchos no entienden que quienes nos vemos obligados a salir fuera de casa tenemos que aprender diferentes formas de hablar para adaptarnos a otras culturas. Eso nos facilita la convivencia con las personas con las que convivimos habitualmente. Y no es cosa fácil dejar aquello a lo que estamos acostumbrados. Se necesita esfuerzo, romper barreras. Nos adaptamos a una sociedad para que en ella nos adopten como uno más, aunque corramos el riesgo de perder algo nuestro, como la lengua materna. Lo ideal sería aprender la lengua nueva pero sin dejar de mejorar la propia.  
La lengua no conoce de patriotismo, no tiene fronteras. No podemos imponerle barderas, ni razas. La lengua es una herramienta de comunicación y aceptarla no es cuestión de elegir o no. Es una necesidad sobre todo. La lengua sobrevive gracias a los hablantes. Y cuando mayor es el grupo de hablantes de una lengua determinada, esta sobrevive mejor. Al contrario, aunque sea tu lengua materna, la lengua de tus sentimientos primeros, si no te tiene quien la hable, quien la enseña, muere lentamente. Los hablantes somos lo primero en sentir cómo agoniza, cómo se apaga. Muere de soledad y de silencio. Dirán algunos que podemos reanimarla escuchando polka paraguaya todos los días, hablándola en casa, si es que tienes con quien, o leyendo libros escritos en guaraní. Que ocurra esto último es más difícil todavía. La lectura de libros, y menos aún si están escritos en lengua guaraní, no es nuestro fuerte. Para colmo, algunos paraguayos ni siquiera pueden oír a alguien hablar en guaraní.    
Si realmente queremos que la lengua materna de muchos paraguayos no agonice, si queremos evitar que muera rápido, tendríamos que hacer, los hablantes y el Paraguay en este caso, mucho esfuerzo e inversión. Como hicieron, por ejemplo, en los años sesenta los exiliados españoles: fundar una escuela en el país anfitrión (Francia o Alemania) para que los hijos aprendan la lengua de sus padres. Ellos sabían que no era suficiente con hablarlo en casa, si es que al menos lo hacen. Pero todos sabemos que abrir una escuela de guaraní es un proyecto casi utópico.
Cada día que pasamos fuera de nuestro país la hablamos menos y nos vamos olvidando de su abecedario, de su tono, de su música… Afortunados los que estáis en Paraguay y podéis conversar en guaraní, aprender en guaraní, escribir en guaraní, pensar en guaraní, sentir en guaraní, vivir en…  

 

domingo, 21 de agosto de 2016

Carlos Bazzano en busca de la musa perdida


La poesía es una búsqueda del hombre a sí mismo como también un diálogo consigo mismo. Eso es lo que nos enseña Ñasaindy, cuadernillo de dieciocho poemas (con ilustraciones de Charles Da Ponte) y una muestra de lo más nuevo que ha publicado hasta ahora el poeta paraguayo Carlos Bazzano (Asunción, 1975).
Ñasaindy (vocablo guaraní que significa “luz de luna”) describe el mundo del poeta en dos días. Nos ilustra sobre su hábitat, sus miedos, sus sueños, el transcurrir de su vida en la ciudad. Aborda temas como la muerte, la soledad, el paso del tiempo (véase el esquema del cuaderno dividido en “Noche”, “Mañana”…), el amor, la desesperación ante el vacío y el silencio, etc.
El tema predominante es la soledad, a la que describe como algo visible, palpable, como si fuera de carne y hueso. En el poema “Habitación”, nos dice la soledad que siente ante la ausencia de la amada. A eso parecen aludir las palabras: “silencio”, “sin futuro”. Destaca la omnipresencia del término “silencio” en los poemas, con él sugiere la soledad, la muerte, la ausencia de la inspiración.
En “Tiempo roto”, la soledad lo acompaña en forma de la hija que nunca tuvo su amada y él. Con la hija imaginaria desayuna todas las mañanas. Ella le despierta y le ofrece el día como algo imposible de rechazar. Se levanta porque ha de hacerlo. Bazzano sabe que la “ciudad enferma” le espera fuera. Y todas las mañanas, antes de salir a la calle, busca los ojos amados, las llaves para abrir el día y que entre la luz. Se va a la calle con las manos vacías, va a buscar poesía y vuelve con algunos versos. La realidad es su mina de oro.
La poesía de Bazzano nace de la realidad misma. En el primer poema (“Amanece”) nos quiere hacer entender que la realidad es el agua fría con que la Vida nos despierta cada amanecer. La inspiración la busca Bazzano observando el mundo sentado en una plaza y al mismo tiempo se observa a sí mismo dialogando con sus pensamientos.
Debemos destacar el lenguaje llano que utiliza Bazzano, el tono coloquial e íntimo. A veces parece que está susurrando su desesperación. Procura que la poesía se contagie del mundo real, de ahí el lenguaje de la calle.
Pero su poesía es de una sencillez engañosa. No nos dice siempre lo que creemos leer. Debemos detenernos a pensar en lo que nos sugiere cada poema. Por ejemplo, en “Una paloma” la paloma muerta no alude acaso a la paz mundial —aunque tampoco lo podemos descartar—, sino a la paz del hombre que nos escribe estos versos. La paloma simboliza para Bazzano la palabra misma. Yo llegaría a creer que el poeta muchas veces encuentra que el público o “el barrendero” desprecian, no valoran sus versos. Los tiran en la basura porque no saben su valor. ¡Cuántas cosas nos sugieren los poemas de Bazzano! Y es que muchas veces en poesía, lo que leemos es solo la punta del iceberg.
Si hablamos de realidad, no podemos olvidar Asunción, ciudad en la que vive el poeta. Una ciudad no solo estancada en la realidad, sino, como algunos repiten, estancada en el tiempo. En estos poemas, la ciudad respira como un ser humano. Esta le obliga a correr como un caballo sediento, cargando como su conciencia, hasta llegar cansado a casa. Ni siquiera su ciudad lo entiende. Por eso, el poeta se desespera. Se siente incomprendido en su terruño. Se da cuenta de que tampoco él, el poeta, entiende a su ciudad y de que para sobrevivir se ha de guiar por los instintos. La ciudad es una especie de selva donde él es un animal que para salir adelante se guía por el instinto, instinto poético, aquella voz que nace de forma innata desde lo más profundo de su ser.
            En “Oiméneko” (“Quizá”), uno de los poemas en guaraní de Ñasaindy, el poeta parece resignarse ante el paso del tiempo. Sabe que todo es pasajero aunque parezca eterna una enfermedad, el hambre o la alegría. Bazzano se pregunta por eso “Oiméneko sapy’ánte oikarãi mborayhu” (“Quizá solo a veces araña el amor”). Bazzano sabe, como diría Borges, que un idioma, en este caso el guaraní, es “un modo de sentir la realidad”. Por ese motivo usa además su otro idioma, quizá el que más le acerca a la realidad paraguaya.
            El poema “Madrugada”, prosa poética, es uno de los más logrados del libro. Aquí Bazzano, convierte la soledad, mejor dicho, la presencia invisible de la amada en poema (“me hablás, y sé que estoy ante un poema […] te miro poema, me mirás, y te susurro poema”). Quizá era eso lo que tanto buscaba, lo que lo volvía loco: la soledad en la que le deja la musa que al final aparece convertida en un poema. Destaca en estos versos el juego de contrastes: “Tus ojos que no están me observan fijamente […] tus labios que no están se acercan a mis labios […] tu piel que no está eriza mi piel […]”.
Cuando acabamos de leer Ñasaindy, nos queda en la conciencia la sensación de que los dos días que narra el poeta describen la búsqueda de la poesía. Ese era su objetivo. Nos lo dice claramente en “Monólogo”: “Quizá tras los golpes aparezca la poesía, a la vuelta de la esquina, invitando a un abrazo”. La poesía como esperanza, como salida, como camino, como la luz de luna que se extiende sobre nuestra conciencia. La poesía que Carlos Bazzano busca y encuentra como Ñasaindy.
A continuación algunos poemas del cuaderno:

Una paloma

Recuerdo una paloma muerta
aquí en esta plaza
una tarde como hoy
Estuve mirándola
hasta que un barrendero la tomó de un ala
y la arrojó al cesto
de basura
yo era un duro mendrugo de pan
todas las palabras eran una paloma
 

Insomnio

Una vez me casé
No nos casamos ante ningún dios
No nos casamos ante ningún estado
No hicimos promesas vanas
Solo fue un cruce de miradas
Y luego fue difícil no dormir juntos

 

 

viernes, 5 de agosto de 2016

Dios revisa su Facebook


Ayer por la tarde, mientras me sentaba a tomar mi sidra de todos los viernes —es una nueva costumbre que tengo en verano—, en la terraza de un bar, cerca de casa, escuché a una señora y a su marido quejarse de la noticia que está acaparando todos los medios: los ataques terroristas. “Estamos en guerra…Una guerra santa”, repetía la buena señora. El marido cogía unos cacahuetes y los iba metiendo en la boca mientras trataba de oír a su mujer, que buscaba conseguir su aprobación, una señal de que también él estaba asustado o al menos sorprendido por lo que está pasando en Europa y Oriente. Algo musitó el señor para corresponder a la queja de su señora. Yo no diría que sea una guerra santa, pensé. En verdad, ninguna guerra puede ser santa. Enseguida llegó mi amigo Pelayo a acompañarme con la sidra. Bueno, en realidad, a él no le va la sidra, sino la cerveza. Le comento lo que acababa de escuchar. Me dijo que se está  matando a gente en nombre de un Dios y ningún Dios hace nada para defender a las víctimas. Yo lo oía mientras se quejaba. Y es que la sociedad no ha mejorado mucho. Se sigue matando a gente como se hacía ya hace siglos. Ningún Dios dejará lo que está haciendo para resolver los conflictos de los hombres. Siempre encontrará un pretexto para esquivar todo trabajo. Solo trabajó seis días en su vida y después ha decidido descansar por toda la eternidad y dejar que los hombres se maten entre ellos. En ese momento me imaginé a Dios frente a un ordenador gigante, sentando en su sillón de nubes azules, revisando su Facebook, ese mundo virtual en el que podemos ver casi todo lo que pasa. Lo veo moviendo la pantalla táctil. Lo imagino suspirando, aburrido, con desgana, sin poner un “me gusta” o un “Me enfada” o un “me divierte”. Lo imagino riéndose de un video que muestra a uno tropezar contra una farola, intentando atrapar un Pokemon Go. Lo imagino quitándose unas pelusas de nubes que le habían quedado entre los dedos. Lo imagino limpiando los dientes con la punta de un rayo que se ha sacado de entre las blancas barbas. Mientras el mundo se cae a pedazos y las mujeres y los niños corren aterrorizados hacia un naufragio mortal y él revisando su Facebook sin desconectarse nunca, aunque en su estado ponga “No disponible”. Lo imagino sin poner nunca un “Like” o un “Dislike” para saber si nos sigue o no, o simplemente para dar señal de vida.
“No entiendo esa obsesión del hombre por lo inservible”, me dice Pelayo. Y le dicto la frase de Blas de Otero: “De tanto hablarle a Dios, se ha vuelto mudo mi corazón”. Y es verdad, el corazón del hombre no es capaz siquiera de escuchar el llanto de los niños y de las madres. Me pregunto si algún día dejaremos a la religión fuera de nuestras vidas para poder vivir realmente como hermanos, hijos de la misma madre: la madre naturaleza, la única que nos da el sustento y nos cobija antes y después de la vida.   

 

Un autor inédito: Carlos García Llera

Estas vacaciones de verano las estoy aprovechando para ayudar a la catalogación de la correspondencia que José Luis García Martín ha donado a la Biblioteca “Ramón Pérez de Ayala” de Oviedo. Son más de seiscientos corresponsales. Mi labor consiste en sintetizar los datos literarios. En este tipo de trabajo, descubres mucho más de lo que realmente son los escritores. En las cartas se sinceran y dicen lo que piensan sin máscaras. Una oportunidad que estoy aprovechando al máximo. Es un lujo leer, por ejemplo, una carta de Vicente Aleixandre o una de Eugénio de Andrade o de Dionisia García y de tantos otros escritores con los que García Martín ha mantenido correspondencia desde comienzos de los años setenta. Por suerte, cualquier investigador lo podrá hacer ahora. Solo necesitará pedir permiso al bibliotecario para acceder a la sección “Biblioteca José Luis García Martín. Poesía española siglo XX”.
Hay mucho que descubrir en esta correspondencia. De todas las cartas que hasta ahora he leído, la que más me ha llamado la atención, las que más me ha alegrado encontrar lleva la signatura "Mss 232" y está firmada por Carlos García Llera.
En su carta, mecanografiada, de 1996, menciona que había oído el nombre de José Luis García Martín leyendo un artículo de Juan Manuel de Prada. Luego averiguó su dirección y le escribió esta carta, realmente entrañable. El segundo párrafo resume su vida y un sueño conquistado, que podría devolvernos la sonrisa. Dice: “Permítame un brevísimo curriculum vitae: Tengo 86 años. El año pasado aprobé el ingreso a la Universidad para mayores de 25 años y, a continuación, obtuve plaza en la Facultad de Psicología.”  Un fragmento que nos saca sonrisa de la admiración.
Más adelante pide a García Martín algún ejemplar atrasado de la revista Clarín. “Lo recibiría con sumo agrado y aun con el temor de que pueda inducirme a más inertes reflexiones”, escribe. Unas líneas ante citaba a Séneca: “la búsqueda de la verdad deja extenuado al hombre. Y esa es mi frustrante pasión”. Estas palabras me recordaron a Alonso Quijano.
 ¿Quién es este escritor?, pensé. En seguida tecleé en google su nombre. No me aparecía nada. Excepto la referencia a que falleció en 2010. Pero no estoy seguro de que sea la misma persona. Ahora mismo tendría 106 años. En el remite pone que vive en la calle Pepín Rodríguez, de Colloto.
Pero su carta no era la única sorpresa para mí. El sobre guardaba otro papel que contenía unas líneas escritas con mayúsculas. Eran reflexiones, unos aforismos que me recordaron a Rafael Barrett, a Baroja, a Unamuno. Sentí la misma alegría que cuando leí por primera vez los textos del autor de Moralidades actuales.   
Las frases, que seguramente nunca se publicaron, las leí con suma admiración. Sabía que su autor era un sabio, aunque haya esperado 86 años para ir a la universidad. Cito a continuación algunos de los aforismos de García Llera:
“Hay seres que lo único que hacen en su vida es morirse.”
“Cuando el hombre no tiene nada que dar, se queda definitivamente solo.”
“El pueblo solo sirve para aplaudir al paso de las carrozas.”
“No esperes que nadie te eche una mano. Todos las tienen ocupadas en trepar.”  
“Un hombre puede recordar las cosas como fueron y como pudieron haber sido. Lo que no debe es permanecer en el pasado y ser su prisionero.”
“Los viejos nos lamentamos ante el peligro. Los jóvenes, ante las ruinas”.
García Llera había conquistado su sueño de ir la universidad, puede que no fuera su única conquista. Seguramente se trata de un escritor que nunca llegó a publicar nada. Me gustaría salir de la duda. A mí su carta y lo poco que sé de su vida me inspira y emociona. Estas cosas y más podemos encontrar en la biblioteca. Hoy tenemos más tesoros así, esperando que alguien los venga a descubrir: un autor desconocido u olvidado, un poema inédito, una frase que marca la vida de un hombre para siempre. “Al final de la vida no cuenta cuánto se ha soñado, sino cuánto se ha conquistado”.

 

Cristian David López