Lo que a mí me pasó al ver en un solo plano el árbol florido del tajy, el limpio cielo azul y el lago, fue un amor a primera vista.
Después de ver este paisaje, comprendo por qué Gabriel Casaccia nunca dejó Areguá, por más que se haya exiliado a la Argentina. Su pensamiento siempre estaba por estas calles que nos llevan al lago Ypacaraí. En Areguá sus sueños se alimentaban de los colores de este lugar… Aquí todo es para siempre, hasta la belleza.
Según creo yo, ‘Are’ significa durar, eterno; y ‘gua’ de. Areguá significa ‘de lo eterno.’
No he podido explicar hasta ahora lo que he sentido al encontrarme en este lugar. Da gusto pasearse por sus rincones, ir caminando desde la Iglesia de la Virgen de la Candelaria hasta el Castillo Carlota Palmerola, luego, pasar por la vieja estación del ferrocarril donde ayer nomás paraban los asuncenos en los días de verano, para al final dirigirse al lago. Sencillamente me siento agradecido por conocer un poco más sobre mi país. Hay cosas que brillan ante nuestros ojos y no las vemos.
Areguá también es conocida como la ciudad de la frutilla. Mientras una señora me sirve una jarra de jugo de fresa, me cuenta que hace muchos años, un vendedor de este lugar recogió unas frutillas de su huerta para venderlas en el mercado asunceno. Se marchó en el tren de la mañana, y cuando volvió al medio día, alegre compartió con sus hijos el éxito de su venta. Las frutas eran tan dulces que quien las probaba compraba algo. Desde entonces toda la ciudad cultiva y vende la fruta más dulce de este lugar.
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